Parasceve, retrato de una Semana Santa | Crítica

Esencias transfiguradas

Con la Semana Santa de Lebrón, Gutiérrez Aragón, Colón y García Abril como título de referencia del cine documental sobre la fiesta sagrada sevillana, el subgénero ha ido sumando con los años numerosas entregas de circulación y consumo eminentemente interno entre las Hermandades y el mundo cofrade. Se fraguaban en aquel filme de apenas 40 minutos unas formas canónicas y musicales que han sido imitadas o plagiadas con mayor o menor fortuna, pero ninguna, al menos por lo poco que conocemos, con sus calidades cinematográficas y su emoción estética apta para no iniciados.

Es por tanto un reto, más aún en esta ciudad tan celosa y recelosa de sus esencias, volver a filmar la Semana Santa, mirar desde otro ángulo y contar algo nuevo sobre sus rituales sagrados y antropológicos. Y a ello se enfrenta este Paresceve de Hilario Abad que llega justo a tiempo a las salas para abrir boca ante la más esperada de todas las Semanas Santas.

Y la operación se salda con un resultado desigual, tal vez por la dificultad para articular un relato de formas coherente y fluido sobre la propia dispersión del material, un material filmado a lo largo de los años al que se pretende insuflar un tono impresionista e inmersivo acompasado e impulsado por las omnipresentes músicas de Torres Simón. Abad observa a pequeña y mediana escala, del plano detalle a la vista aérea, de la intimidad al bullicio, en los procesos y los resultados, entre las bambalinas y a pie de calle, desde el silencio o el sonido aislado a esos tutti orquestales que saturan unas imágenes demasiado montadas que a veces no terminan de respirar por sí mismas.

El ciclo de la cuaresma, las vísperas y las jornadas se nos antoja insuficiente o poco original para articular esa pretendida sinfonía urbano-sagrada de imágenes y sonidos que aspiran a capturar ese tiempo mítico y suspendido que pertenece a la memoria colectiva de la ciudad y que funciona como eterno retorno a la infancia, algo que, por ejemplo, sí capturaba muy bien El misterio de Aaron, de Carlos Rivero. Abad también apunta hacia ese niño a través de las maquetas de cartón que abren y cierran su documental, pero algo se pierde y se dispersa irremediablemente entre el cliché y la solemnidad a lo largo del recorrido, a la postre más oficial que personal.

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