Mujercitas | Crítica

Restauración del clásico de Louisa May Alcott

Emma Watson,  Saoirse Ronan, Florence Pugh y Eliza Scanlen en un fotograma de la película.

Emma Watson, Saoirse Ronan, Florence Pugh y Eliza Scanlen en un fotograma de la película.

Louisa May Alcott (1832-1888) creció en una familia que seguía el movimiento religioso, político y filosófico del Trascendentalismo, nacido dentro de la Iglesia Unitaria -una de tantas ramas del protestantismo-, cuya figura más famosa fue Ralph Waldo Emerson y al que se adscribieron personalidades como Whitman o Thoreau. Su padre, Amos Bronson Alcott, era una de esas personalidades, un destacado pedagogo y escritor que inculcó a sus cuatro hijas una elevada conciencia ética que las llevó a ser políticamente activas como abolicionistas y defensoras del voto femenino. Muchas personalidades literarias de la época -Emerson, Hawtorne o Thoreau- frecuentaban su casa despertando, junto al ejemplo de su padre, la vocación literaria de Louisa May. Publicó Mujercitas en 1868 con tal éxito que la convirtió en una trilogía a petición de los lectores. Como era habitual en la época se hizo una adaptación para el teatro y al poco de nacer, el cine la hizo suya adaptándola en 1917, 1918, 1933, 1949, 1994, 2018 y esta versión que ahora se estrena, a las que hay que sumar unas 20 adaptaciones televisivas. Como tantas novelas etiquetadas de juveniles pagó su éxito con el desprecio de los preciosos ridículos que la tacharon de cursi obra menor y fue sometida a manipulaciones por los editores.

Pero el tiempo es el mejor crítico y, como escribió Auden, es cierto que hay libros injustamente olvidados, pero ninguno es injustamente recordado. De las versiones cinematográficas la mejor es la dirigida en 1933 por George Cukor, con Katherine Hepburn, Frances Dee, Jean Parker y Joan Bennet como las cuatro hermanas March. Esta, dirigida por Greta Gerwig, consagrada por la multipremiada Lady Bird, está a su altura por su extremada fidelidad al espíritu de Louisa May Alcott y su novela. Una fidelidad creativa, no servil. Que se toma libertades para serle aún más fiel siglo y medio después de su publicación. La alteración de los tiempos, por ejemplo, es un indudable acierto. A igual que la identificación de la protagonista con la escritora. A veces la literalidad es una forma de traición a la obra y la libertad una forma de homenaje.

Esta versión de Gerwig está a la altura de la de Cukor por su extremada fidelidad al espíritu de Alcott y su novela

El guion y la dirección de Gerwig conservan todo el encanto y la ternura del original, muy siglo XIX pero nada ñoño, y junto a ellos también todo el optimismo de la escritora que creía en la transformación de lo injusto y lo opresor y toda la fuerza de la joven América que se refundaba en los años de la Guerra Civil. Y le suma lo necesario para que emocione a espectadores de 2019. Cada época hace su propia lectura de los clásicos -y Mujercitas lo es- y la que hace Gerwig es la que corresponde al primer cuarto del siglo XXI. Lo que no significa que la actualice caprichosamente o cediendo a modas. Nada de manipulación comercial del feminismo. La novela no lo necesita porque Alcott está en el origen del feminismo. La lucha de las hermanas en un mundo de hombres está contada tal y como fue y tal y como hoy debe entenderse.

Gerwig ha tenido la sensibilidad y la inteligencia de preservar los sentimientos, la ternura y la delicadeza del original, respetando también la forma de expresar los afectos propia de aquella sociedad. Que además, afortunadamente, no han cambiado en lo esencial salvo para quienes confunden pesimismo y feísmo con realismo. Todas las interpretaciones -encabezadas por Saoirse Ronan y Emma Watson- son espléndidas, con Meryl Streep como lujo absoluto. Acierto pleno es la elección de Yorick Le Saux -responsable de las atmósferas de Personal Shopper o Viaje a Sils María- como director de fotografía: le da el toque entre realista y poético necesario. Es la película de estas navidades.

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