Llaman a la puerta | Crítica

El cine aperitivo de Shyamalan: no llena pero abre el apetito de otra película suya

Dave Bautista, en una escena de 'Llaman a la puerta'.

Dave Bautista, en una escena de 'Llaman a la puerta'. / D. S.

Desde que en 1999 Shyamalan estalló mundialmente con el éxito de esa gran película de fantasmas (decir su género es un spoiler que a estas alturas a nadie perjudica) que fue Sexto sentido ha protagonizado una de las más desconcertantes carreras del cine actual. Es un gran director, dotado de un poderoso, elegante y sobrio sentido de la imagen. Tiene el don del plano exacto inserto por el montaje en el momento justo. Sus películas son tan formalmente precisas como limpios, relucientes y sobrios mecanismos de relojería. Pero carece del don de la escritura de guiones, labor en la que se empeña supongo que por vocación, por voluntad de crear y definir su propio universo temático y quizás porque su primer gran éxito, y hasta ahora su mejor película, fue escrita por él.

Shyamalan es, además de un gran director, un buen argumentista. O, por lo menos, un buen ideador de situaciones de partida. Pero un mal guionista al desarrollarlas. Cuestión que se agrava cuando cede a compromisos y, siempre escribiendo el guión, se basa en argumentos ajenos, como sucede en las que hasta ahora son sus tres peores películas –Airbender, el último guerrero, After Earth y Tiempo-, adaptaciones de una serie de animación, una propuesta argumental de Will Smith y una novela gráfica.

En el caso de Llaman a la puerta, quizás aleccionado por ello, ha escogido un camino intermedio. Se basa en la novela de Paul Tremblay, destacado y premiado autor de obras de terror, La cabaña del fin del mundo. Y coescribe el guión con Steve Desmond y -supongo que se trata de una presencia influyente- Michael Shermer, singular personaje que tras evolucionar del fundamentalismo cristiano Made in USA al escepticismo se dedica a luchar contra los mitos irracionales, negacionistas y seudocientíficos a través de sus muchos libros, programas televisivos, conferencias y The Skeptics Society (La sociedad de los escépticos). Difícil saber si haber acudido a ellos, sobre todo a Shermer, para la escritura del guión ha sido beneficioso o no.

Llaman a la puerta es mejor que las tres películas antes citadas basadas en proyectos ajenos que son lo peor de su carrera. No supera a Sexto sentido, que sigue siendo su mejor película, pero si está a la altura de Señales, El bosque y El incidente que son para mí, tras ella, sus mejores películas pese a sus no logrados desarrollos que frustran arranques extraordinarios sin deslucir la siempre elegante y depurada precisión de la imagen.

El arranque, como siempre (en este caso ayudado por la novela en que se inspira), es estupendo y tiene ese aire de cuento de fantasmas, brujas y ogros que tanto gusta a Shyamalan. Una familia -los dos padres, porque se trata de un matrimonio gay- y su hija disfrutan de la paz y la seguridad de una cabaña perdida en un bosque. A la niña se le aparece un hombretón, casi un gigante, que parece un ogro bueno que dice cosas raras. Pero no lo es. Porque encabeza un cuarteto que invade la casa secuestrando a la familia para salvar al mundo del apocalipsis a través de un sacrificio ritual en el que un miembro de ella debe ser inmolado. ¿Son fanáticos majaretas de una secta? ¿Ángeles apocalípticos? ¿Una nueva versión -muy urbanita, por cierto- de los ángeles que visitaron a Lot?

Este buen arranque se ve progresivamente lastrado por los torpes flashbacks que cuentan como la pareja gay tuvo que enfrentarse a prejuicios homófobos y, conforme la película avanza, por una verborrea seudo teológica, banalmente trascendente y superficialmente ecológica además de moralista. Con ello, al habitual mal desarrollo de sus guiones, Shyamalan suma una confusa ensalada de ideas y sobre todo lugares comunes.

Salvan a la película, como también es propio de este director, un poderoso arranque y una potente primera parte, las buenas interpretaciones -sobre todo del cuarteto invasor y especialmente del grandullón Dave Bautista-, una muy buena y muy perturbadora banda sonora de la islandesa Herdis Stefánsdóttir y la habitual pulcritud estilística marca de la casa. Shyamalan vuelve a lograrlo con su cine aperitivo: deja insatisfecho, pero con hambre de ver otra película suya.

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