¡SHAZAM! | CRÍTICA

Superhéroe ligero

Fotograma de '¡Shazam!'

Fotograma de '¡Shazam!'

Una enrevesada cuestión de derechos entre Marvel y DC Comics hizo que la primera se quedara con el nombre original de este superhéroe -Capitán Marvel- y la segunda con el personaje (creado en 1939 por Fawcet Comics y comprado en 1972 por DC Comics) al que se vio obligada a llamar utilizando el conjuro Shazam (acrónimo de Sansón, Hércules, Atlas, Zeus, Aquiles y Mercurio) que el niño protagonista pronuncia para convertirse en el superhéroe adulto.

En los años 40 el Capitán Marvel fue más popular que Superman. Por eso fue el primer superhéroe de tebeo adaptado al cine en una modesta serie de 12 episodios de Republic dirigidos por el excelente artesano William Witney. Posteriormente, pese a dos series de televisión, fue perdiendo presencia ante el auge de otros personajes.

La hiper explotación del universo del cómic, llevada a extremos de saturación, ha traído a la pantalla a este superhéroe ligero, infantiloide y divertido, muy alejado de las oscuras trascendencias con las que en los últimos tiempos se ha revestido a los personajes de tebeos. Tal vez por fidelidad al personaje original. Tal vez por la presencia del jovencito. Tal vez como estrategia de diferenciación. Tal vez por las tres cosas. El problema es que conforme la película avanza las diferencias con otras se atenúan y todo camina por las sendas más trilladas.

Aún así su valor principal es situar al superhéroe (más bien tarugo) en el entorno infantil y adolescente que le corresponde, sin contaminarlo con trágicas oscuridades shakespearianas ni tratarlo con énfasis wagneriano. Es decir, la carencia de otra pretensión que ser un divertimento hecho para verse, reírse y olvidarse. La dirige el danés, que lo mismo hubiera podido ser de Brooklyn o de Seúl, David F. Sandberg (autor de las mediocres Nunca apagues la luz y Annabelle: Creation) de forma tan mecánica que podría haberla dirigido cualquier otro pegaplanos.

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