Predator | Crítica

El bicho que se comerá a la monja

Una imagen de la película de Shane Black.

Una imagen de la película de Shane Black.

En 1987 John McTiernan y Arnold Schwarzenegger alcanzaron un merecido éxito de taquilla con Predator. Y 31 años y muchas secuelas después (cuatro en cine más tebeos, videojuegos y otros productos), he aquí de nuevo a los esquivos, adaptables e insaciables alienígenas –en versión genéticamente mejorada– intentando otra vez acabar con la humanidad.

Como en la serie se ha demostrado que lo peor es lo mejor (la tremenda Alien vs. Predator y la aún peor Alien vs. Predator 2 fueron la secuela de mayor éxito, por lo que la siguió otra aún peor), la producción apuesta en este caso por aún más gore, aún más desmadre argumental y olvido de cualquier atisbo de trama.

Añadiendo a todo ello –siempre es mejor que se rían con uno a que se rían de uno– un humor que se podría calificar de granguiloñesco (a los más jóvenes les recuerdo que esta palabra alude al tremendismo sanguinario y sexual explotado por el teatro parisino Le Grand Guignol, que se convirtió en una de las atracciones de Pigalle entre 1897 y 1962), si no ofendiéramos con ello al Robert Aldrich que explotó con talento y crueldad la decadencia de Bette Davis, Joan Crawford u Olivia De Havilland.

Dirige esta cosita sangrienta y ruidosa el ubicuo Shane Black, que fue actor secundario en la primera entrega de la serie –posteriormente actuó esporádicamente, siempre como secundario, en RoboCop 3 o Mejor... imposible–, guionista de éxitos como las dos entregas de Arma letal y desde 2005 también director de artefactos como Kiss Kiss Bang Bang, Iron Man 3 y Dos buenos tipos.

Plantea su película –cómo no– en homenaje a las de fantasía de los años 80. Por eso hay un niño como desencadenante de la acción y escenarios suburbiales. Colabora con él en el guión su viejo amigo Fred Dekker con el que aquel mismo 1987 de Predator Black escribió el guión de Una pandilla alucinante –dirigida por Dekker– en la que unos niños se enfrentaban a un montón de monstruos del cine clásico.

Es evidente que ambos han disfrutado creando otra pandilla, con niño incluido, que se enfrente a los monstruos alienígenas que tres décadas después pueden considerase clásicos. O por lo menos venerables. El público adicto al humor grosero, las vísceras y la sangre también se lo pasará en grande. Por ello es seguro que esta película devorará a La monja que lidera la taquilla. Por calidades tendría una bola o una estrella. Por eficacia comercial tendría cinco. Dejémoslas en tres.

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