42 segundos | Crítica

Crónica de una medalla anunciada

Jaime Lorente y Álvaro Cervantes en una imagen del filme.

Jaime Lorente y Álvaro Cervantes en una imagen del filme.

En plena era de la Nadalización, el audiovisual español busca ya en el baúl de los recuerdos de las grandes gestas deportivas y el esplendor patrio el material para nutrir ficciones de consumo rápido que catalicen la memoria y levanten la moral.

Es el caso de esta 42 segundos que viaja a aquella Barcelona olímpica del 92 para reconstruir con todas las licencias propias de la épica deportiva y los lemas del esfuerzo, la superación y la cohesión del grupo el periplo de la selección de waterpolo que llegaría hasta la final contra Italia, de la mano de un combinado madrileño-catalán pre–procès y un deslenguado entrenador serbio, Dragan Matutinovic (al que Tarik Filipovic presta una percha de lo más caricaturesca), convertidos en materia dramática de la mano de un guion plagado de clichés y dialécticas de manual, sobre todo la que separa en el carácter y une en el objetivo final a los trasuntos de Manel Estiarte (Cervantes) y Pedro García Aguado (Lorente) como puntales de un equipo que apenas unos meses antes de la competición no daba ni para panda.

De los roces de la preparación andorrana a la final perdida, y con un epílogo exitoso para que nadie quede con mal sabor de boca, 42 segundos machaca en sus diálogos explicativos toda la información histórica y de contexto más sustancial, carga de traumas, adicciones y afán de superación a sus dos machos alfa y pasa con celeridad y mucha música por cada entrenamiento y cada eliminatoria para desplegar el arsenal de cámaras lentas y el montaje paralelo entre la piscina y los periodistas en un último tramo que revela ya sin disimulo el alcance de plataformas de un filme de valores básicos y testosterona mojada al que sólo le falta un toque de homo-erotismo de vestuario para ser un verdadero producto de su tiempo.