El prodigio | Estreno en Netflix

Las hijas del hambre

Florence Pugh en una imagen del filme de Sebastián Lelio.

Florence Pugh en una imagen del filme de Sebastián Lelio.

Las mujeres del cine del chileno Sebastián Lelio se empoderan en el presente y el pasado, contra las reglas del matrimonio burgués convencional (Gloria y su remake), un entorno intolerante frente a la identidad de género (Una mujer fantástica), la presión de una comunidad ortodoxa (Desobediencia) o, como en este nuevo filme recién llegado a Netflix, contra el fanatismo religioso y los atavismos culturales en la Irlanda rural de 1860 apenas recuperada de los estragos de la gran hambruna.

Basada en la novela de Emma Donoghue, El prodigio incide así en una misma búsqueda de relatos ejemplares de mujeres que resisten y se sublevan ante un patriarcado que, en sus distintas formas y manifestaciones, las ha relegado a un papel secundario o sometido. Nuestra protagonista, una enfermera inglesa (sobria y firme Florence Pugh) llamada por el cónclave masculino de un pequeño pueblo para vigilar a una niña que lleva cuatro meses en ayuno, impone la sensatez, la ciencia y la determinación en un entorno que prefiere creer en los milagros o la santidad como ilusiones, relatos mágicos o tapaderas de realidades sórdidas e innombrables.

Capa a capa, Lelio va revelando las intrincadas y profundas raíces de una cultura y una época donde la barbarie se disfraza de superchería y toda disidencia es sometida a juicio sumarísimo. En ese paisaje moral tan devastado como hermoso (cortesía de la fotografía de Ari Wegner), resiste la figura solitaria de una mujer también víctima del trauma, la pérdida y el duelo que no se resigna a clausurar su propio deseo y a cambiar el orden de las cosas.

Tal vez menos trazada y maniquea que otras cintas suyas, El prodigio insiste en anudar un mismo orden histórico y una misma batalla de género mediante la mostración de la tramoya en su prólogo y epílogo y a través de la banda sonora contemporánea de Matthew Herbert, aunque a la postre las formas convencionales del drama de época acaben imponiéndose a la autoconciencia del artificio que aspira a funcionar como metáfora.