La puerta de al lado | Crítica

Problemillas de estrella

Peter Kurth y Daniel Brühl en una escena de 'La puerta de al lado'.

Peter Kurth y Daniel Brühl en una escena de 'La puerta de al lado'.

El bueno de Daniel Brühl siempre nos ha parecido algo blandito desde los días de aquella Good bye, Lenin, actor con cara aniñada al que resulta difícil creerlo en papeles adultos y dramáticos, no digamos ya si tiene que hacer de cínico o de tipo duro. Con todo, le ha ido muy bien al hispano-alemán, sobre todo en esa modalidad de la co-producción europea o internacional donde poder desplegar sus facultades políglotas. Algo debe tener para que Tarantino lo convocara en Malditos Bastardos, aunque a nosotros, la verdad, se nos escapa.

Ahora Brühl también ha dirigido su primera película, donde además de ser el protagonista, encarna a un trasunto deformado de sí mismo, a saber, una estrella del cine que hace parada en el bar de su barrio berlinés en los momentos previos a tomar un avión para acudir a un casting para un papel en una nueva película de superhéroes. Allí se encuentra con quien dice ser su vecino (Peter Kurth), pie para un peculiar y alargado duelo dialéctico entre ambos en el que saldrán a relucir las miserias y secretos íntimos de la estrella y el recuerdo de la vieja Alemania dividida y los tiempos de esplendor vigilante de la Stasi.

Encerrada entre las cuatro paredes del bar bajo la silenciosa mirada de los parroquianos, La puerta de al lado despliega su esencial teatral y su carácter de divertimento programado sin el punch de los diálogos tarantinianos y sin que sepamos realmente muy bien cuáles son sus verdaderas intenciones y mensaje, porque desnudar al actor fatuo, ensimismado, infiel o engreído se nos antoja poca cosa o de poco alcance, no digamos ya la posible sátira de fondo del actual mundo del cine y sus peajes o refrescar la memoria reciente de un país donde la envidia o el resentimiento de clase todavía perviven tras la reunificación y la gentrificación.