Como ya hiciera en Le voyage en Armenie a propósito de sus raíces, Robert Guédiguian se aleja de nuevo del hábitat natural marsellés donde ha desarrollado el grueso de su filmografía siempre militante, para viajar al Mali de 1962 y seguir proponiendo en su recién recobrada independencia una nueva historia sobre el devenir político del siglo XX y lo que llevamos del XXI desde esa perspectiva tan pedagógica como elemental que, con un poco de mala suerte, suele convertir su cine en un panfleto sobre la condición obrera, la lucha de clases, la utopía corrompida o, como en el caso que nos ocupa, las consecuencias de la descolonización africana y los caminos errados de la revolución.

Mali Twist viaja a aquellos días de ilusión socialista, viejas inercias culturales, fotos en blanco y negro y rock’n’roll occidental en las fiestas de los jóvenes con la intención de explicarnos el fracaso de una promesa que se vio lastrada por el peso de la tradición (patriarcal), el desacuerdo político interno y el legado económico colonial, todo narrado en clave de cuento romántico en el que el camino de dos jóvenes, un revolucionario entregado y una mujer huida de su matrimonio acordado, sirve de guía a través de una serie de situaciones y obstáculos destinados a dibujar el contexto de un país en busca de una nueva identidad.

El principal problema de Mali Twist es que enseña siempre demasiado sus intenciones, su trazado y su mensaje, y no precisamente desde la puesta en escena o la sutileza sino desde unos diálogos explicativos y una progresión narrativa que puede adivinarse casi desde el primer minuto. Cine de ideas dichas y subrayadas antes que mostradas, el filme revela a un Guédiguian cada vez más perezoso, esquemático e ilustrativo, también en ese epílogo que nos trae a un presente de fundamentalismo que busca confirmar de manera algo zafia las predicciones sobre el destino (fallido) del continente africano.