Mediterráneo | Crítica

Dramatizar el drama

Eduard Fernández y Dani Rovira en una imagen de 'Mediterráneo'.

Eduard Fernández y Dani Rovira en una imagen de 'Mediterráneo'.

Lejos ya de aquella idealización poética a la que cantó Serrat hace cincuenta años, el Mediterráneo debate hoy su identidad como espacio turístico masificado al tiempo que frontera y tumba para aquellos que huyen de sus países en guerra buscando en Europa la utopía de la prosperidad y la libertad.

Una imagen condensaba en 2015 este nuevo paradigma marino, la del niño sirio Aylan Kurdi muerto en la orilla de una playa turca, una imagen simbólica que activa también la conciencia de este relato basado en hechos y personas reales y que dramatiza el proceso previo a la constitución de Open Arms por parte del socorrista Óscar Camps como ONG más visible del trabajo de salvamento y rescate de los miles de inmigrantes y refugiados que siguen cruzando cada semana los estrechos poniendo en riesgo sus vidas al tiempo en que son víctimas de las mafias del tránsito o de la indiferencia o la legalidad europeas.

Estamos, por tanto, ante un filme que hace en cierta forma prisionero moral a su espectador potencial por su tema, su contexto y sus antecedentes, un filme que, en su tesitura de dramatizar el drama, elige un lado para su relato, ese de los héroes, si me permiten tal término, que, desinteresadamente, en un gran gesto de empatía y solidaridad, se echan a las aguas para salvar al prójimo.

Mediterráneo narra así la crónica de una toma de conciencia política en el día a día de la espera y la acción en la isla de Lesbos, y lo hace con algunos elementos dramáticos que, paradójicamente, hacen desmerecer su gesto comprometido: a saber, ese retrato bastante simplista y maniqueo de las autoridades y fuerzas policiales griegas como frontón del idealismo, esa deriva sentimental focalizada en la doctora siria que espera a su hija perdida frente al mar, o esos momentos de explicación y resumen verbalizados del gran cuadro general en boca de, por ejemplo, la humilde regente de un chiringuito que sirve como refugio y base de operaciones de nuestro comando de rescate hispano formado por los personajes que encarnan Fernández, Rovira, Castillo, López y Monner.

Y en mitad de este drama, filmado no obstante con cierta solvencia realista en sus escenas más delicadas en el mar, aunque siempre en la cuerda floja de lo que debe y no debe reconstruirse desde la ficción, encontramos lo que tal vez nos interese más de esta cinta tan bienintencionada como previsible: ese héroe maduro y solitario de aires fordianos, tozudo y de pasado palpable, al que Eduard Fernández vuelve a prestar la entereza, la rabia y una postrera fragilidad que lo convierten en arquetipo de un western trágico a orillas del mar en plena decadencia del sueño comunitario.