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Mira por mí | Crítica

No tan sola en la oscuridad

Una imagen del thriller canadiense que dirige Randall Okita.

Una imagen del thriller canadiense que dirige Randall Okita.

El lector tal vez recuerde aquella cinta dirigida por Terence Young y con música de Mancini, Sola en la oscuridad (1967), en la que Audrey Hepburn interpretaba a una mujer ciega enfrentada a los ladrones que había irrumpido en su apartamento. 55 años después, la misma premisa se actualiza tecnológicamente en una casa de lujo en la montaña donde una joven también invidente tendrá que zafarse de los cacos que pretenden abrir la caja fuerte sin contar con que ella estaba allí cuidando de los gatos.

Mira por mí pone distancia sobre la compasión con la discapacidad y convierte a su protagonista, una prometedora esquiadora que ha quedado ciega tras un accidente, en una ladronzuela algo antipática que se aprovecha de su condición para hurtar en cada operación de au pair animal con la ayuda de los ojos electrónicos y las aplicaciones de su móvil. Y es en ese doble juego del escondite y la complicidad con los ladrones donde este modesto aunque entretenido thriller canadiense juega sus pequeñas bazas de originalidad frente a todo ese arsenal de clichés de la oscuridad, las luces de linterna, el ruido inoportuno, los cruces por los pelos o la llegada de la policía que ponen a prueba la credibilidad del espectador.

También esa vídeo-llamada en modo guía de supervivencia con una teleoperadora que permite meter con calzador el mensaje de sororidad en tiempos empoderados. Podía haber sido todo peor, pero algunos toques de humor negro (golpear al ladrón en la cabeza con una botella de vino de 5.000 dólares) nos redimen un poco del déjà vu.