Algunas bestias | Crítica de cine

Sordidez familiar de laboratorio

Ya el primer y hanekiano plano cenital de una isla observada fijamente desde los cielos debería ponernos sobre aviso de la operación de laboratorio de esta cinta chilena de Jorge Riquelme premiada en San Sebastián, a saber, uno de esos ejercicios de imposición (o impostura, si lo prefieren) de director-demiurgo sobre unos materiales dramáticos cada vez más extremos en su indagación en las sombras y perversiones de la institución familiar.

Un gélido plano master que encontrará también otras figuras de estilo, reencuadres o explícitos tratamientos sonoros con los que subrayar constantemente ese ‘aquí estoy yo, mirando a estas criaturas enfermas y malditas desde la distancia’ que hace de este filme un tratado artificial de la anormalidad, el clasismo, los complejos o la ruptura de tabúes como temas que atraviesan el encierro circunstancial de una familia burguesa en una isla destinada a convertirse en un resort turístico.

Las prestaciones de Paulina García (Gloria, La novia del desierto) y Alfredo Castro (El Club, Desde allá), dos de los mejores actores latinoamericanos, no bastan para redimir una película que calcula cada uno de sus giros, desviaciones, estallidos y truculencias morales siempre desde el exterior de sus personajes, a saber, sin empatía por ninguno de ellos, reducidos al mero rol de víctimas, peleles o verdugos de un juego abyecto por el que asoma siempre demasiado la escritura previa y el cálculo escénico antes que la respiración propia, no digamos ya la verdad. Una nueva muestra de ese cine de la crueldad en versión sureña capaz de reservarse para su tramo final esa escena de sordidez máxima e insoportable rodada en plano fijo y a tiempo real, tal y como mandan los cánones del modelo.