El amor está en el agua | Crítica

Los amantes de la ola

Una imagen del anime 'El amor está en el agua', de Masaaki Yuasa.

Una imagen del anime 'El amor está en el agua', de Masaaki Yuasa.

Bajo el envoltorio de un anime comercial para adolescentes, estrenado para colmo en pleno San Valentín, El amor está en el agua está plagado de quiebros e incluso de cierto sarcasmo en su retrato de un amor romántico juvenil marcado por la muerte y la superación del duelo.

No podía ser de otra forma viniendo de Maasaki Yuasa (Mind game, Lu over the Wall, Nigh in short, walk on girl), destacado iconoclasta y renovador del género que, si bien aquí se repliega a unas formas más realistas de lo que suele ser habitual en su paleta visual y su querencia por lo surreal y lo absurdo, sigue colando de rondón pequeños detalles irreverentes o cargados de connotaciones sexuales o humorísticas que, por ejemplo, nos dejan ver símbolos fálicos en una tabla de surf o hacen emerger la figura del amante fantasmal del poco romántico desagüe del water, una entre las muchas apariciones acuáticas de un espectro amoroso en este relato que se mueve entre lo real y lo fantástico con esa naturalidad tan sólo al alcance del mejor anime.

Plagada de finísimas (y no tan finas) alusiones al acto sexual, El amor está en el agua se disfraza de una de tantas historias cursis para jóvenes, cancionilla pop incluida, para desplegar un relato desmitificador de tantos lugares comunes del primer amor platónico, siempre en esa peligrosa frontera entre lo cursi y lo sublime, entre el fuego que abrasa y el agua purificadora, surfeando olas entre la literalidad y la metáfora explícita. Un filme que, en sus mejores momentos, parece estar riéndose de sí mismo y de todas esas fantasías pop en torno al amor romántico, y que en los peores parece abrazarlas sin pudor ni disimulo con una sobredosis de algodón dulce y mensajes de superación personal. Yo me quedo con los primeros.