Astérix: El secreto de la poción mágica | Crítica

Tan irreductibles como siempre

Una imagen de 'Astérix: el secreto de la poción mágica'.

Una imagen de 'Astérix: el secreto de la poción mágica'.

Las aventuras gráficas de Astérix y Obélix creadas por Goscinny y Uderzo en 1959 superan ya la quincena de adaptaciones cinematográficas entre títulos con actores de carne y hueso y largometrajes de animación tradicional o digital, modelo y formato tridimensional inaugurado en 2014 con La residencia de los dioses y que este Secreto de la poción mágica prolonga de la mano de Astier y Clichy y su estética de trazo ortodoxo al servicio de una historia original y del no menos clásico despliegue de gags visuales propios del slapstick mudo.

Soplan leves vientos de cambio en una fórmula veterana y es por eso que la trama que nos ocupa apunta a un relevo en la posesión de la fórmula de la pócima secreta que dé fuerza a los irreductibles galos, avisado de la jubilación como parece el sabio y achacoso druida Panorámix. En búsqueda de su sucesor, el maestro barbudo emprende el camino del bosque junto a los inseparables Astérix y Obélix para sortear al Consejo Druida y luchar contra el reaparecido Maléfix, ahora en traicionera alianza con Roma, en una sucesión de escenas y gags que incorporan al mismísimo Jesucristo en el que sin duda es el golpe más sorprendente e iconoclasta de la función junto con el flash-back narrado en forma de esbozo a mano alzada.

Por el camino, los sempiternos ataques de la centuria romana en formación, la defensa de la aldea gala a puñetazo limpio y los malogrados intentos de dar con nuevas pócimas mágicas hacen de esta nueva entrega un filme siempre dinámico, grácil y entretenido que no busca tanto una renovación radical de su modelo como una actualización respetuosa capaz de contentar a los públicos ya fidelizados y sumar para la causa y su particular mitología neo-clásica a los más pequeños de la casa.