Bienvenidos al barrio | Crítica

Hacer negocios en la amable periferia

Una imagen de la comedia francesa 'Bienvenidos al barrio'.

Una imagen de la comedia francesa 'Bienvenidos al barrio'.

La banlieu parisina ya no es necesariamente ese territorio de guerra y hostilidad para el hombre blanco de clase media, o al menos ese es el falso mensaje de cordialidad y comprensión mutua que se desprende de esta bienintencionada comedia popular que aspira a tender puentes improbables entre clases y razas a golpe de estereotipos y caricaturas de manual.

Por un lado, el empresario defraudador en crisis dedicado al noble arte de la publicidad (Gilles Lellouche) y su troupe de simpáticos empleados; por otro, las gentes del barrio, siempre en el límite de delincuencia disfrazada de picaresca, al que tendrá que mudarse forzosamente después de una inspección fiscal, premisa de partida que asume la estupidez de sus personajes para el correcto funcionamiento de una fábula conciliadora en la que todos tienen una lección que aprender y un redil al que replegarse.

La cinta de Mohamed Hamidi (La vaca) asume así una doble idiocia y un pacto de mínimos a ambos lados de la pantalla, nada que cuestione el leve tufo racista y clasista de sus chistes y gags, casi siempre a costa del buen salvaje inmigrante, y ocasionalmente también del blanquito capaz de aprender un poco humildad, calle y espíritu solidario y multicultural de su paso por este amable infierno periférico.