La mujer de la montaña | Crítica

La arquera empoderada

Dirigida por Benedikt Erlingsson (De caballos y hombres), la cinta islandesa La mujer de la montaña llega oportunamente a la cartelera el 8-M para expandir su mensaje de empoderamiento y rebeldía femenina a propósito de la directora de un coro local decidida a libra ella solita una batalla contra el mismísimo estado y su complicidad con el capitalismo corporativo saboteando los tendidos eléctricos que atraviesan el impresionante paisaje local.

Casi como una heroína nórdica contemporánea, con su arco a cuestas y una capacidad atlética para huir y esconderse de drones y helicópteros policiales, nuestra protagonista va y viene entre sus obligaciones civiles y su empeño reivindicativo al tiempo en que llega la carta para una adopción largamente esperada y conocemos a su hermana gemela, todo ello aderezado por la presencia de una banda musical y un coro de voces ucranianas que la acompañan siempre en pantalla, en el que parece ser el gesto más original y también cansino de la propuesta.

Halldóra Geirharðsdóttir se entrega y desdobla para convertirse en el espectáculo itinerante de la función con su generosa expresividad felina, sustento elemental de un filme con vocación de fábula contemporánea al que se le ven demasiado las intenciones y esa necesidad de tocar todos los temas de manual de compromiso, de la inmigración al ecologismo pasando por los estragos de la crisis o la nueva sociedad de la vigilancia.

El conjunto, amable y bienintencionado, tan ameno como ingenuo, revela una nueva fórmula del cine europeo de festivales capaz de trascender fronteras con una mezcla de cuento, humor y denuncia al alcance del espectador medio de las salas de versión original y los inevitables y siempre sospechosos premios del público.