Amor a segunda vista | Crítica

Romances 'amélizados'

Josephine Japy y François Civil en una imagen de 'Amor a segunda vista'.

Josephine Japy y François Civil en una imagen de 'Amor a segunda vista'.

Le va a costar lo suyo al cine francés desembarazarse de los tics y la cursilería romántica de una Amélie por la que pasan los años como una losa en el recuerdo de aquellos y aquellas que la aplaudieron en su estreno.

Con una pequeña dosis de fabulación cuántica y un caprichoso pliegue temporal sacado de los desechos del guion de Atrapado en el tiempo, Amor a segunda vista junta a los guapos y sosos François Civil y Joséphine Japy en un intento de jugar a las segundas oportunidades con el éxito profesional y la mala conciencia funcionando como obstáculos para los sentimientos y las emociones prefabricados.

Rafael y Olivia se enamoran en el instituto a velocidad de montaje musical, él triunfa escribiendo novelas de ciencia-ficción para adolescentes y se convierte en un cretino y ella no termina de cuajar su prometedora carrera como pianista frenada por su entrega al éxito de su pareja. Pero un golpe mágico de destino querrá que de un día para otro él se despierte como un pobre profesorzucho (sic) mientras que ella, ahora sí, ha despegado como pianista en una nueva realidad paralela. Un amigo chistoso (Benjamin Lavernhe, campeón de velocidad) y una abuela con Alzheimer (Edith Scob en su último papel en el cine) ponen los complementos y apoyos necesarios.

Con semejantes mimbres, ya se pueden imaginar por dónde van los tiros de este pastelito que juega con el amor romántico idealizado en tiempos de capitalismo, éxito exprés y diseño de interiores, y si no, pónganle unos filtros de Instagram en tonos ocres y un puñado de canciones pop de temática afín y tendrán el envoltorio de lujo para una nueva tontería que tal vez encuentre a su público entre los veraneantes despistados.