Barbacana, la huella del lobo | Crítica

Queridos amigos de la fauna ibérica

Una imagen del documental 'Barbacana, la huella del lobo'.

Una imagen del documental 'Barbacana, la huella del lobo'.

Como nos recuerdan Pilar Carrera y Jenaro Talens en su flamante y muy recomendable libro El relato documental (Cátedra), detrás de toda película documental, incluso de la más inocente, divulgativa y cándida dedicada al mundo animal y salvaje, hay siempre un discurso retórico y, por tanto, ideológico, en este caso destinado a perpetuar la idea de que “la barbarie acecha […] a través de un encuentro controlado y no traumático con el otro y con lo otro, insuflándole, a ser posible, un cierto toque de relato de aventuras”.  

Se trata aquí, por tanto, de un relato hipercodificado que, de El hombre y la Tierra a las más sofisticadas entregas de National Geographic, abunda en unos mismos mensajes y narraciones que no sólo no plantean ningún problema o descubrimiento al espectador sino que más bien masajean todas y cada una de sus expectativas al respecto.

Todo esto viene a cuento de cómo un documental como Barbacana, sorprendentemente estrenado en cines a pesar de su formato televisivo, excede casi hasta lo paródico esta hipercodificación en un desconcertante intento mixto de lanzar un mensaje ecologista por la concordia lobo-hombre-ganado, ser autorreflexivo, con la inclusión de los propios cineastas y su proceso en imagen, incluir una añeja, solemne y nada irónica voz en off de autoridad, adoptar una forzada puesta en escena de testimonios de pastores y lugareños de Sierra Morena o León y, como colofón, recrear las clásicas escenas de persecución y caza a ritmos sinfónicos que, para colmo de manipulación realista, escatima precisamente el momento mismo del disparo, el zarpazo o la dentellada.

Un auténtico y reiterativo desconcierto servido, eso sí, entre drones de última generación, bonitos paisajes a vista de pájaro y bosques otoñales fotografiados en alta definición.