Testigo de otro mundo | Crítica

Las imágenes del espíritu

Se mueve en la cuerda floja este documental del argentino Alan Stivelman, a mitad de camino entre la ambigüedad propia del enésimo fenómeno ovni y la necesidad de creer en la palabra confusa y sufriente del grandullón Juan Pérez, el niño que treinta años atrás tuviera un supuesto encuentro extraterrestre en su casa de Venado Tuerto, cerca de la ciudad Rosario.

La presencia del director y su voz narradora, con una excesiva voluntad explicativa, y ciertas estrategias de ficción a la hora de reconstruir el relato de aquel contacto, nos ponen en lo peor. Materia propia de un Iker Jiménez, pensamos.

Sin embargo, sobre la sensación de superchería bien empaquetada se acaban imponiendo las emociones auténticas de un rostro en primer plano, un proceso de búsqueda e investigación, con el astrofísico Jacques Vallée haciendo de guía, hacia las raíces ancestrales guaraníes de nuestro personaje donde se encuentran no tanto las respuestas o las certezas como una posible reconciliación y sanación de un espíritu que ha sufrido durante demasiado tiempo.

A pesar de algunas dudosas elecciones formales, Testigo de otro mundo termina así por imponer una curiosa y elegante fórmula del documento no tanto como vehículo de verdad sobre un fenómeno paranormal, sino más bien como ejercicio (solidario) de terapia para su protagonista, capaz al fin de cerrar un círculo y una herida abierta: la de la profunda soledad del hombre ante la inmensidad del universo.