CRÍTICA 'EL SILENCIO DE LORNA'

El dinero de los muertos

El silencio de Lorna. Drama, Bélgica-Francia-Reino Unido. 2008, 101 minutos. Dirección y guión: Luc y Jean-Pierre Dardenne. Fotografía: Alain Marcoen. Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Olivier Gourmet, Fabrizio Rongione.

Penúltima muestra de cómo la cartelera española ha perdido pie en la comba del mejor cine contemporáneo, El silencio de Lorna, de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne, autores de referencia para reconocer las señas de identidad del cine europeo de las últimas décadas, se estrena en pleno verano, con más de dos años de retraso, cuando la mayoría de sus espectadores potenciales hace ya tiempo que la han visto por otros canales (legales o alegales) y cuando apenas queda eco mediático como gratuito reclamo publicitario.

Al margen de esta triste circunstancia, de la que cabe responsabilizar a distribuidores y festivales, a los primeros por sus inexplicables estrategias empresariales, a los segundos por quemar ciertos títulos en previsibles programaciones cercenando su posible trayectoria comercial, estamos aquí ante una nueva muestra del talento realista y la voluntad humanista de dos cineastas que, si bien parecen haber bajado el otrora férreo y riguroso listón de sus exigencias, siguen dejando bien claro que hacer cine hoy en Europa implica, entre otras cosas, un compromiso ético ineludible con su realidad más sangrante y un regreso a las enseñanzas de los grandes maestros que supieron extraer de la realidad las historias que abrieran el cine hacia el mundo con una voluntad didáctica y moral y unas exigencias formales bastante alejadas de las que proponen los productos que circulan habitualmente por el mercado.

En el mismo paisaje urbano, frío y grisáceo que han mostrado siempre los Dardenne (La promesa, El hijo, Rosetta, El niño), la protagonista de El silencio de Lorna, una inmigrante albanesa (espléndida y opaca Arta Dobroshi), se mueve en un mundo cerrado y hostil que ella no controla, única y exclusivamente impulsada por el dinero, tema central de esta particular odisea moral a la que asistimos, como también es costumbre en los Dardenne, desde el único punto de vista de su protagonista, presente en cada plano, construyendo con la robustez y la fuerza de su cuerpo la solidez de un relato distanciado que se mueve entre auténticos y esenciales socavones narrativos (les ahorro detalles) que la impulsan hacia adelante en busca de una epifanía no precisamente esperanzadora.

El silencio de Lorna se articula como un ejercicio de transacciones constantes en un sistema social en el que el dinero ha terminado por eliminar cualquier gesto de humanidad. Estamos en la Europa de la inmigración ilegal, la explotación de las mafias, los matrimonios concertados, el paro, los trabajos precarios, los subsidios, los servicios sociales, las adicciones y los sueños de prosperidad truncados. Todas las acciones de la película -ésta es una película de acciones y no de diálogos- se mueven en función del dinero, un dinero que circula, se guarda, se esconde o se administra religiosamente, un dinero que sirve para acallar conciencias, para pagar el crimen, para costear un aborto ilusorio o, en su reverso, para abrir una cuenta corriente para un niño aún no nacido.

La esencial austeridad y el pesimismo de Bresson (El dinero) y la estética del seguimiento de Rossellini iluminan el camino sombrío de un trayecto moral que, si bien está salpicado de un exceso de escritura y de peripecias dramáticas, algo otras veces invisible en el cine de los Dardenne, aspira a hacer visible la urgente necesidad de reconciliación del hombre moderno con aquellos valores que han sido aplastados por la sociedad capitalista. El precio a pagar no es otro que la locura y el autoengaño. Demasiado caro.

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