Crítica '360. Juego de destinos'

La nada envuelta en celofán

360. Juego de destinos. Drama. Brasil/Francia, 2012, 114 min. Dirección: Fernando Meirelles. Intérpretes: Anthony Hopkins, Jude Law, Rachel Weisz, Ben Foster. Guión: Peter Morgan. Fotografía: Adriano Goldman. Música: Robert Burger.

No debe sorprender que Fernando Meirelles, el director de ese videoclip con pretexto social (lo que lo hacía definitivamente inmoral) que era Ciudad de Dios, de esa reducción a postal con pretexto solidario que era El jardinero fiel y de esa superficial adaptación del Ensayo sobre la ceguera de Saramago que fue A ciegas, se atreva con La ronda de Arthur Schnitzler que fue llevada magistralmente al cine por Max Ophüls en 1950. A este videoclipero con ínfulas artísticas y comprometidas no le preocupa ni la brillante y descarnada densidad de la obra de Schnitzler ni la genialidad decadentista y barroca de la película de Ophüls. Para él las novelas en las que se inspira son pollos que vacía de entrañas de emoción y deshuesa de ideas para hacer hambuguesas sin grasa.

Como en todas sus películas anteriores lo primero que delata la impostura es el uso de la música; sobre todo de las canciones: tres (y muy sofisticadas) solo en los primeros diez o quince minutos de película y sin utilidad dramática, solo decorativa. Es que lo de Meirelles es estetizar la miseria -social o humana- en busca de una sensación de profundidad compatible con una textura de satén o de papel couché. Una prostituta sin experiencia y un hombre de familia susceptible de ser chantajeado; un musulmán francés víctima de la obsesión por una mujer; una pareja que se rompe por las infidelidades de él, amante por interés de una mujer de más edad; un recluso por delitos sexuales que dice querer rehacer su vida, pero acabará como Norman Bates en las duchas de una residencia de señoritas; un hombre que busca a su hija desaparecida… Historias que se van trenzando a través de algunos de sus protagonistas, siempre amantes engañados o infieles, enredados en una danza de deseo, amor, infidelidad, pasión, amor y desamor.

A Meirelles le importa un pito La ronda de Schnitzler, y el sentido de ese girar y girar de parejas y pasiones que podemos imaginar animado por un carrillón con música de Mahler. Schnitzler es una etiqueta de prestigio puesta sobre esta mala película. Lo que le interesa es apuntarse al filón de las historias cruzadas puestas de moda en el cine por Altman, engrandecido por Paul Thomas Anderson y trivializado por González Iñarritu. En versión aún más ligera que la tramposa Babel. A veces -episodio del aeropuerto- ridícula en su pretensión de hacer tragedia con nata montada.

Viena, Bratislava, París, Londres, Colorado. En este pos-Lelouch de amor, lujo, canciones y aviones los cambios de decorado -inútiles: la misma tontería en todas partes- son esenciales. Elegantes pantallas partidas, lindas superposiciones, elaboradas transiciones, cuidada fotografía… Para nada. Bien, como siempre Hopkins; bien también Law y Weisz; igualmente bien el resto del reparto… Para nada. En un documental de la 2 sobre insectos hay más vibración humana que en esta cosita.

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