La fractura | Crítica

Espejo francés de la crisis de la Europa del bienestar

Valeria Bruni Tedeschi, en 'La fractura'.

Valeria Bruni Tedeschi, en 'La fractura'.

Encuentro en las urgencias desbordadas de un hospital durante una manifestación de los chalecos amarillos -que acabará por aislarlo- entre una pareja de mujeres de clase alta intelectual (por supuesto a punto de romper, como toda pareja de cine más o menos comprometido que se precie, sea de la naturaleza u opción sexual que sea) llevadas allí por una fractura y un manifestante herido tan cabreado como suelen estarlo todos cuantos se manifiestan, con el plus del cabreo multiplicado (y no sin causa, por supuesto) que caracteriza a los chalecos amarillos que reaccionan contra otras fracturas.

Todos los males posibles, los físicos causados por la enfermedad o los accidentes, los sociales causados por las injusticias estructurales (aquí personificadas en Macron y sus políticas) y los emocionales causados por el desamor y la erosión de las relaciones personales, se dan cita en esta película tan interesante como indigesta, rodada por la cámara nunca quieta de Jeanne Lapoirie, dirigida con un nerviosismo quizás excesivo por Catherine Corsini -autora de las interesantes pero nunca del todo logradas Partir, Un amor de verano o Un amor imposible- y muy bien interpretada -bordeando siempre el precipicio de la sobreactuación y cayendo no pocas veces en él- por el cuarteto Valeria Bruni Tedeschi -soberbia pese a sus excesos-, Marina Foïs y Pio Marmai -la pareja de mujeres y el manifestante- y Aïssatou Dialo-Sagna, la enfermera.

El problema mayor de esta película, además de su estilo voluntariamente exasperado con el que retrata un ambiente aún más exasperado -griterío visual de la cámara al hombro, griterío vocal de los confinados en las urgencias, griterío de los manifestantes- generando un cierto cansancio por acumulación de efectos, es su indecisión entre la comedia ácida pespunteada de un humor si no negro desde luego sí muy oscuro y la crítica política seria. Podría recordar en sus mejores momentos al cine político y social italiano de los 60 y los 70 que recurría al exceso casi caricaturesco. Pero Corsini no sabe manejar las proporciones y la película se desliza hacia el exceso gritón y el histerismo visual, narrativo e interpretativo. En cine el caos exige un orden. Una vez más la realizadora ofrece una obra con apuntes muy interesantes -queda retratada la fractura social que está rompiendo las sociedades europeas del bienestar- pero no remata la faena.

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