'Tres mi años esperándote' | Crítica

No siempre el éxito es de los atrevidos

Un momento de Tres mil años esperándote.

Un momento de Tres mil años esperándote.

Que al inclasificable australiano George Miller le interesan lo fantástico y los cuentos lo demuestra su filmografía. Un hallazgo distópico de inmensa influencia lo consagró internacionalmente en 1979, 1981 y 1985 con Mad MaxMad Max: el guerrero de la carretera y Mad Max 3. Más allá de la cúpula del trueno (a las que añadiría en 2015, con gran éxito, Mad Max. Furia en la carretera), además de haber dirigido uno de los episodios de En los límites de la realidad. La película (1983) compartiendo pódium de maestros del fantástico con Spielberg, Landis y Dante. Su interés por los cuentos lo demuestran en versión adulta Las brujas de Eastwick (1987, basada en un relato bastante negro de John Updike) y en versión infantil Babe, el cerdito en la ciudad (1988, de la que había escrito y producido la entrega anterior Babe el cerdito valiente) o las dos Happy Feet (2006 y 2011). Solo una vez, y con gran fortuna, abandonó estos universos por el drama realista en El aceite de la vida (1992).

La sorpresa, no del todo lograda, que ha supuesto Tres mil años esperándote es la mezcla, por primera vez en su filmografía, de lo cuentístico y lo más o menos dramático o adulto. Está basada en uno de los cuentos del volúmen The Djinn in the Nightingale's Eye de la prestigiosa escritora inglesa A. S. Byatt, que se inspiró en en el relato de Aladino y la lámpara maravillosa de Las mil y una noches. Miller lo trata con realismo en la construcción de su protagonista femenina, una profesora de literatura experta en narratología, perfectamente normal y totalmente real… Que, eso sí, se enfrenta a un genio empeñado en concederle tres deseos para recuperar su libertad. Para convencerla el genio le cuenta las fantásticas historias que ha vivido y Miller riega generosamente, pero con resultados conflictivos, con efectos digitales.

Inocente y a la vez adulta, fantástica y a la vez realista, hortera casi siempre, a ratos (pocos) interesante, defensora de todos los multi y meta que puedan invocarse (multirracial, multicultural, metanarrativa, metacinematográfica), con algo de colorín de Sabú y de María Montez en su afán por recrear o bordear la imaginería más kitsch del orientalismo cinematográfico, la película -un proyecto en el que Miller lleva empeñado 30 años- naufraga en parte porque el director se sale de los terrenos que domina, en parte porque la convivencia entre los cuentos que narra el genio en viajes por el espacio y el tiempo y el cuento 'realista' que es su encuentro con la profesora y narratóloga en la habitación de un hotel no funciona y en una parte muy importante por el diseño de producción de Roger Ford, pese a estar avalado en el terreno de lo fantástico o feérico por la saga de Las crónicas de Narnia. En ellas, por cierto, trabajó la Tilda Swinton que allí interpretaba a la Bruja Blanca y aquí a la narratóloga que no se fía de los cuentos que le cuenta el genio interpretado por Idris Elba. Los dos están bien en esta rara película que no está ni bien ni mal (aunque si hubiera que decidirse pesaría más lo segundo). Una obra fallida y un tanto autodestructiva en la medida en que -demasiado infantil para los adultos y demasiado adulta para los niños- carece de público objetivo. Pero no de un cierto encanto demodé y suicida.  

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