Tenor | Crítica

Rap vs. ópera: comedia sobre la lucha de clases cultural

Mohammed Belkhir y Michèle Laroque, o el viejo enfrentamiento entre la 'baja' y la 'alta' cultura.

Mohammed Belkhir y Michèle Laroque, o el viejo enfrentamiento entre la 'baja' y la 'alta' cultura. / David Koskas

Tras esta comedia ligera y amable que en principio parece mil veces vista -la historia de superación de alguien dotado bajo la dirección de un maestro que le ayuda a superar las barreras de marginación- laten unas cuestiones apasionantes: ¿la alta cultura es por su propia esencia burguesa y elitista?, ¿algunas formas de la cultura popular de masas representan la expresión de un sector social marginado, expresa sus reivindicaciones frente a la cultura de las élites privilegiadas?, ¿posibilitar el acceso de las clases sociales vulnerables a esa alta cultura supone una invasión de sus propios espacios de expresión, una imposición del gusto de una determinada clase social sobre otra?

Viendo Tenor recordé -porque esta cuestión siempre me ha interesado- una frase de Trotsky celebrando al nuevo hombre comunista ("La revolución es poner al hombre común tras los pasos de Aristóteles… El hombre común alcanzará la talla de un Aristóteles, de un Goethe, de un Marx") y otra de Glauber Rocha atacando el cine popular/populista (“nada más reaccionario que decir que el arte ofende”). Porque, en contra de lo que ellos pensaban, una cierta demagogia progre en parte todavía hoy vigente decidió que la alta cultura era una cultura de las clases altas, cosa del gusto subjetivo de la élite opresora, en vez de entender que era un patrimonio de la humanidad y que lo revolucionario o progresista era facilitar que la clase trabajadora la disfrutara mediante la educación y la mejora de las condiciones de vida.

Este trasfondo es lo que salva a esta película de caer del todo en la banal comedia bienintencionada tan propia del reciente cine francés. No es que se trate de una película de tesis, por supuesto, pero sí de una comedia amable que no renuncia a hacer pensar apuntando el tema de la lucha de clases trasladada al mundo de la cultura, como si la ópera fuera cosa de empolvadas pelucas del Antiguo Régimen y el rap representara a los sans-culottes. La 'aristocracia' de la alta cultura está personificada por una prestigiosa profesora de canto de la Ópera de París. El sans-culottes es un joven repartidor de los suburbios dotado de una voz excepcional que quiere obtener reconocimiento entre los suyos como rapero. Cuando la casualidad les une la profesora queda fascinada por las posibilidades vocales del rapero y se empeña en convertirse en su Pigmalión en la versión de Bernard Shaw perfeccionada por el musical de Lerner & Loewe, es decir, en un Henry Higgins femenino empeñado en educar (aquí gracias al canto, no a la fonética) a una Eliza Doolittle masculina.

Esto es lo que, sin sacarla de su correcta medianía, añade un cierto interés a otra -¿cuántas van ya?- comedia francesa de integración, superación y buenos sentimientos: la lucha cultural entre la ópera y el rap como enfrentadas culturas de clase y la vergüenza del chico porque los suyos -el mundo suburbial- se enteren de que está cantando como un ‘señorito’ (¿recuerdan cuando Eliza, ya educada, huye de la casa de Higgins, los suyos de Covent Garden no la reconocen y ella se siente rechazada por los dos mundos?, pues eso).

Muy acertada la elección de los actores. Él es Mohamed Belkhir ‘MB14’, un auténtico rapero que alcanzó la popularidad concursando en la versión francesa de “La voz”. Ella es Michèle Laroque, elegante actriz con más fortuna sobre los escenarios que ante las cámaras. El realizador y co-guionista es Claude Zidi Jr. debutando en solitario en el largometraje con un correcto pero no excesivamente brillante resultado. Es hijo de uno de los reyes de la comedia popular francesa, autor entre otros de los inmensos éxitos comerciales Loquilandia Olímpica, La mostaza se me sube a la nariz, Muslo o pechuga o Les ripoux y sus secuelas.

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