Cine

La versión de Elías Querejeta

  • Su cine de tono susurrante buscaba espectadores a la altura y la edad de su mirada.

Apenas quedan ya productores como Elías Querejeta en el cine español. A saber, productores comprometidos con el cine como proyecto personal más allá de las coyunturas sociales y comerciales, productores a los que les guste trabajar estrechamente con los directores (Eceiza, Saura, Regueiro, Chávarri, Erice, Gutiérrez Aragón, Armendáriz, León de Aranoa, Ortega, su hija Gracia) en un proceso creativo conjunto y no necesariamente jerárquico o autoritario, productores preocupados por mantener una firma reconocible incluso en la diversidad de sus propuestas.

El productor del cine español de hoy, en la mayoría de los casos, y salvo honrosas excepciones, se ha convertido en una suerte de comercial a tiempo completo, en un profesional que pasillea instituciones, televisiones, mercados y oficinas para terminar haciendo películas que no suelen ser nunca aquéllas que pensó o imaginó en un principio, sino el resultado de una larga serie de condicionantes, imposiciones y concesiones.

Entiendo así que hay dos tipos esenciales de productores: aquéllos que creen en sus criaturas y se ponen a su servicio a pleno rendimiento, y aquéllos que dejan que sus proyectos se vayan gestando, transformando o desvirtuando en función de las labores, dinámicas y condiciones de la propia labor de producción.

La Historia oficial del cine español le ha otorgado a Querejeta un lugar de privilegio, el auténtico lugar de honor, dentro del primer grupo, más aún cuando buena parte de lo mejor de su dilatada filmografía se fraguó entre los estrechos márgenes de la censura franquista y la catetez congénita de nuestro cine, blindado por más razones de las que pensamos a todo aire de modernidad, incluso bajo el auspicio del hoy controvertido Nuevo Cine Español o, como poco, de conexión con las corrientes más vanguardistas de cada periodo histórico desde entonces. Lo leeremos hoy en todas las necrológicas.

Sí que me apetece apuntar, y tampoco creo ser original en esto, que la raza de hombres de cine a la que representa Querejeta, una raza que supo reciclar una cinefilia clásica en un cine de su tiempo, tal vez sólo fue posible en un momento y un panorama que, indudablemente, ya no existen. El empeño de crear y producir a la contra ha sido, como tantas veces se ha dicho, tal vez más estimulante y alentador que el trabajo en condiciones de plena libertad. Pero sabemos bien que si las censuras políticas e ideológicas son siempre perniciosas y temibles para el arte, no lo son menos las económicas o industriales, que campan mucho más alegremente a sus anchas bajo la bandera de la libertad (de mercado).

Salvo honrosas excepciones (Los lunes al sol), y a pesar de contar siempre con el beneplácito casi unánime de la crítica, cosa rara en este país cainita, Querejeta nunca produjo películas que hicieran grandes datos de taquilla, algo con lo que tal vez hoy no podría haber sobrevivido. Su división, antes y más recientemente, fue otra: el cine de autor serio y adulto (también algo adusto e impostado en ocasiones, todo sea dicho) que abriera y aireara el olor a rancio del país, el cine de estilo y lenguaje propios para contar (las heridas) su tiempo, un cine de tono susurrante que buscaba espectadores a la altura y la edad de su mirada.

Tal labor, tal modelo y tales espectadores no existen ya hoy en nuestra cultura cinematográfica, que ha visto cómo se abandonaban paulatinamente géneros y asuntos de tradición propia (si tal cosa pudiera definirse con claridad) para abrazar una ampulosa despersonalización dictada por el marco del audiovisual globalizado en el que no hay lugar para resultados modestos y medias tintas, esas saludables y necesarias medias tintas en las que siempre se sintió tan cómodo y seguro el productor de La caza, Las secretas intenciones, Ana y los lobos, Carta de amor de un asesino, El espíritu de la colmena, Cría cuervos, Las palabras de Max, A un Dios desconocido, El desencanto, Pascual Duarte, El Sur, Tasio, Barrio, La espalda del mundo y tantos otros títulos importantes y anómalos de nuestro cine.

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