Crítica de cine (SEFF 2017)

La vida de los santos

Hamy, aquí en modo San Sebastián, en 'O Ornitólogo', de J.P. Rodrigues.

Hamy, aquí en modo San Sebastián, en 'O Ornitólogo', de J.P. Rodrigues.

Las películas de Joao Pedro Rodrigues suelen despertar lentamente y coger carrerilla en el tramo final, y O ornitólogo no supone en esto una gran variación respecto a títulos como O fantasma y Morrer como un homem, que siguen encabezando lo más estimulante de su producción. En estos casos, la inscripción de las velocidades contrapuestas iba de la mano de una transición óptica que terminaba acercándonos a los cuerpos, y a sus mutaciones más o menos violentas, lo que aquí vuelve a cumplirse para regocijo de sus seguidores. O ornitólogo, que llega después de los últimos ensayos (A última vez que vi Macau), digamos, pseudo-documentales, hace síntesis de estos ejercicios de observación, explayándose en una lenta puesta en situación -seguro que para mejor regocijarse en su milimétrico derrocamiento- a partir de un orgulloso y tragicómico distanciamiento que exige del filme una exégesis más lúdica que responsable.

El digital, que todo lo aplasta, uniforma y detiene, ha restado vida y profundidad a la mayoría de rodajes campestres y selváticos, y puede que a la naturaleza mistérica y pagana que aquí persigue Rodrigues le hubiera venido mejor un look más atrevido, más a lo Apichatpong para ser claros en términos cinéfilos. A falta de medidas más sensoriales, el portugués convoca el extrañamiento a partir de una escansión de lo sobrenatural donde lo siniestro y lo elevado cuentan con el mismo número de sílabas. O ornitólogo, extraño cruce de película de género fantástico, vida de santo (San Sebastián, San Antonio de Padua y San Francisco de Asís) y exorcismo biográfico, camina divertida hacia Padua, quizás a extasiarse ante los legendarios frescos de Giotto, allá en la capilla de los Scrovegni.

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