Crítica 'Robinson Crusoe, una aventura tropical'

El zoo ambulante

Robinson Crusoe, una aventura tropical. Animación, Bélgica, 2016, 89 min. Dirección y guión: V. Kesteloot, B. Stassen.

La animación sigue saqueando los clásicos de la literatura juvenil en busca de nuevas sensaciones digitales o nuevas lecturas y moralejas para el presente. Si la semana pasada le tocaba el asedio al ascético y eterno Principito de Saint-Exúpery, ahora es el turno del Robinson Crusoe de Daniel Defoe, héroe solitario y trasunto del nuevo hombre libre, protagonista de la que es considerada la primera novela inglesa (1719).

Nuestro Robinson ha conocido numerosas versiones cinematográficas, entre ellas las de Méliès (1902) o Buñuel (1952) o la más libre de Zemeckis protagonizada por Tom Hanks y una pelota de voleibol. La que llega ahora de la mano de los estudios Illuminata y los belgas Kesteloot y Stassen (La casa mágica) rebaja considerablemente toda lectura metafórica del relato hasta hacerla desaparecer en las claves ya muy desgastadas de los animales antropomorfizados y su alianza con el náufrago contra las maldades ideadas por una pareja de gatos mojados y un puñado de piratas borrachuzos.

Más allá de la corrección técnica de la factura y el diseño, que remite a una concepción del trazo y la animación globalizada sin señas de identidad fuertes para el mercado internacional, este Robinson tropical apenas deja entrever las bases del original para entregarse al clásico despliegue de colorines, fondos tridimensionales y pirotecnia slapstick y al no menos estandarizado encanto cómico de unos animales parlanchines que empiezan ya a parecérsenos demasiado unos a otros de una película a la siguiente.

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