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Vida en el extrarradio

  • La carrera del cordobés Andrés G. Leiva habla de un historietista inquieto, dispuesto a tomar riesgos, con un talento innato para la narración

Una imagen de 'Uno de esos días'.

Una imagen de 'Uno de esos días'.

La carrera de Andrés G. Leiva (Córdoba, 1969) nos habla de un historietista inquieto, dispuesto a tomar riesgos, con un talento innato para la narración y un estilo gráfico muy personal que se ha construido a base de asimilar y superar la influencia de nombres tan destacados de la historieta como Corben, Moebius, Mattoti, Tardi, Das Pastoras o Gipi. No es raro que en sus tebeos destaque la plasticidad, pues Leiva es licenciado en Bellas Artes y ejerce, desde hace más de veinte años, como profesor de dibujo. Desde que, en 1998, obtuviese un accésit en el Primer Certamen de Cómic Injuve, el artista ha publicado un puñado de álbumes que no dudo en calificar de valiosos: Historia de Iván (Diputación de Córdoba, 2000; reeditado en un volumen enriquecido con material extra por Bandaàparte en 2015), El misterio de Electra/Hórrible Hórreo (Sins Entido, 2002; un original flipbook que mereció la nominación a Autor Revelación en el Salón del Cómic de Barcelona), Juana de Arco (Sins Entido, 2004; furiosa recreación de la vida del personaje histórico que fue nominada al Premio a la Mejor Obra también en el Salón del Cómic de Barcelona), Evelyn (Sins Entido, 2009; tebeo gótico y atmosférico premiado por la Diputación Provincial de Cuenca), Serie B (Dibbuks, 2014; en el que, un poco a lo Fellini, Leiva ahonda en su querencia por la cultura popular).

A estos se suma ahora Uno de esos días, de nuevo en el catálogo de Dibbuks, después de que se alzase con el Premio Ciudat de Palma de Cómic 2017. La historia comienza cuando el propio dibujante visita a sus padres en el piso familiar situado en el Sector Sur de Córdoba y se topa con una caja llena de trastos de su infancia: una cinta de Leño, una linterna, una cantimplora, una cámara de fotos, una taza de Naranjito, una barra de pegamento Imedio, una especie de máscara, un radio despertador, el libro El fin del mundo, etcétera. La secuencia del presente, realizada en blanco y negro, da paso de inmediato al relato del tiempo pasado, pintado espectacularmente a color, que relaciona todos esos objetos. Así, Leiva nos cuenta los extraños sucesos de "uno de los días más largos y extraños de mi vida": el niño que fue, obsesionado con la amenaza nuclear, así como con una posible invasión extraterrestre, convence a sus amigos, el Fali y el Canijo, de que deben fabricarse máscaras antigás y un refugio contra la radiación. La anécdota sirve para describir la vida en un barrio del extrarradio a comienzos de la década de 1980, en donde el fin del mundo se convierte en una metáfora de otros peligros más palpables como las drogas, la delincuencia o la propia tensión política en los albores de la democracia. Sin renunciar a las digresiones oníricas que tanto gustan al autor (y que aquí se concentran en la parte final), el álbum posee un carácter costumbrista que añade nuevas texturas al universo de Leiva y abren nuevas posibilidades a una obra en marcha que figura entre lo más interesante del cómic español de los últimos años.

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