Cine | Veíamos ayer (IV)

Donde ahora es invierno

  • Poco a poco, las nuevas voces del cine argentino encuentran hueco en las plataformas, lo que sirve en bandeja un ramillete diverso y significativo de títulos altamente recomendables

‘Las buenas intenciones’, de Ana García Blaya.

‘Las buenas intenciones’, de Ana García Blaya. / M. H.

Pese a cuantos matices puedan agregarse, la postergación del Festival de Cine de Málaga nos ha privado de algunos de los mejores encuentros con el cine latinoamericano reciente. En los últimos años, cintas como Ojos de madera (Uruguay) o El despertar de las hormigas (Costa Rica) han elevado inopinadamente el nivel de una sección oficial, por lo demás, frecuentemente anodina. Curiosamente, menos conexiones ha brindado la cita con la producción argentina, cuya primera plana en cines siempre luce territorio de los mismos (Darín, Campanella, Sbaraglia); y cuya doble fila parece no terminar nunca de encontrar hueco, al menos hasta que la omisión se revela sonrojante (Trapero, Mitre, Cohn y Duprat).

Quizá por ello, para todo cine argentino que no esté subtitulado kuschevatzky, el camino hacia el reconocimiento resulta sinuoso y, con frecuencia, agridulce: la crítica tiende a encumbrarlo, pero luego no lo ve nadie. Filmografías ya prestigiosas como la de Lucrecia Martel o Lisandro Alonso distan de ser conocidas por el gran público. Y mientras tanto títulos con frecuencia entre lo mediocre y lo repetitivo se apoderan fanfarronamente de la cuota de coproducciones.

Érica Rivas en ‘Los sonámbulos’, de Paula Hernández. Érica Rivas en ‘Los sonámbulos’, de Paula Hernández.

Érica Rivas en ‘Los sonámbulos’, de Paula Hernández. / M. H.

Por contrarrestar, en los últimos meses varias nuevas voces argentinas están llegando a las plataformas, de la mano de festivales más piadosos con el cine de autor. Como ejemplo, durante la última edición del D’A Film Festival -reubicado online- pudimos descubrir Los sonámbulos, un brillante retrato familiar de la realizadora Paula Hernández. Y si bien no se trata de una ópera prima, sí que es su primera producción tras ocho años de silencio en el largometraje. En ella, un matrimonio en crisis y su hija sonámbula viajan a una antigua finca familiar para reencontrarse con los seres queridos y pasar el fin de año. La cinta es un sibilino tour de force en torno al personaje encarnado por Érica Rivas (Relatos salvajes), de la que la intérprete sale, más que airosa, vencedora por nocaut. El virtuosismo de Hernández no alcanza solo para la excelente dirección de actores sino también para mantener un suspense precisamente marteliano, donde el ahogo no procede tanto de lo que sucede como del implacable presentimiento de que todo sólo puede acabar de una manera. Que no es bien. En una línea similar podemos encontrar en el catálogo de Filmin las dos películas de la directora Milagros Mumenthaler. La primera, Abrir puertas y ventanas (2011), es un delicioso ejemplo de cine pequeño que, no por casualidad, ganó el Premio a Mejor Película en Locarno. En la cinta, tres hermanas adolescentes quedan solas en casa tras el fallecimiento de la abuela que las criaba. Cada una de ellas gestiona el luto y la llegada a la vida -de alguna manera, su reverso- reevaluando prioridades y cuestionando su pensamiento anterior. La segunda película de la realizadora, La idea de un lago (2016), volvió a estar nominada en Locarno (de las fidelidades cabalísticas entre productores y festivales quizá debamos hablar otro día), con peor suerte, pese a tratarse de una película también arrolladora, netamente superior en el gusto por el encuadre y el sobrentendido.

Filmin ofrece en su catálogo las dos películas de la directora Milagros Mumenthaler

El tercer largometraje de Clara Picasso, La protagonista, profundiza en este género, ya humilde desde su duración: apenas 62 minutos. En ella aborda la rutina de Paula, actriz de teatro en barbecho, que salta a la fama por evitar un robo en una cafetería. Desde ese momento, la nativa bifrontalidad de la intérprete se desdobla cual ejercicio de papiroflexia a lo largo de todo el metraje: amigos, padres, excompañeros… nunca su propio relato coincide del todo con lo cierto, hasta reorientar (o desorientar) al espectador a que más vale sacar sus propias conclusiones. El filme se conduce así como una fábula hiriente sobre el fracaso y los límites del autoengaño, heredera del estilo parco de Nely Reguera en María (y los demás), con la que comparte preocupaciones y metáfora.

En un tono radicalmente opuesto, jovial y desenfadado, también en el D’A pudimos encontrar Las buenas intenciones, ópera prima de la bonaerense Ana García Blaya, que pasó previamente por San Sebastián. Situada en los primeros años 90, la cinta aborda la historia de Amanda, una niña de 10 años que vive a caballo entre sus padres divorciados. Pero más allá de un argumento que no busca inventar la pólvora, subyace en esta película una reflexión poderosísima sobre la confluencia entre los recuerdos y los hechos. En la cinta, García Blaya recurre a sus propios vídeos domésticos para reescribir, matizar o enriquecer una ficción escrita a imagen y semejanza del padre protagonista: despreocupada, nostálgica, eternamente adolescente. Puro cine del que no conviene olvidarse: hay mucho por ver más allá de Darín.

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