El ángel del olvido | Crítica

La memoria del mundo

  • 'El ángel del olvido', de la austriaca Maja Haderlap, es una extraordinaria obra sobre la memoria, sobre sus límites, sobre el modo de comunicar al futuro la aflicción y el heroísmo de quienes nos precedieron

La escritora Maja Haderlap (Eisenkappel-Vellach, 1961).

La escritora Maja Haderlap (Eisenkappel-Vellach, 1961). / D. S.

Íbamos a escribir que este es un libro sobre la guerra. Sobre la guerra en Europa. Y en consecuencia, un libro sobre las persecuciones, sobre la persecución del Otro, sobre el escalofrío de lo Idéntico, llegando al corazón crispado de las masas. Y sin embargo, El ángel del olvido no es sólo eso. Por supuesto, la guerra está ahí: la guerra con su cargazón de heroísmo, de espanto, de vileza. La guerra como colosal fragua donde se ahorma y se amoneda la amarga naturaleza humana.

Pero también hay aquí, en esta novela disfrazada de memorias, en estas memorias deslizadas o embozadas por lo novelísitico, pero también hay, digo, en estas páginas centelleantes y oscuras, la recuperación de un mundo, que es el mundo que muere con la Segunda Guerra Mundial (decía el gran Hobsbawm que, después del Neolítico, el más profundo cambio civilizatorio había sido la migración del campo a la ciudad de la segunda mitad del XX). Y está también, sin salirnos de Hobsbawm, el peso y la insistencia del nacionalismo, que primero aparece en forma de nacionalismo alemán, y luego, cuatro décadas más tarde, en forma de nacionalismo esloveno, con la guerra de Yugoslavia.

El perdurable magnetismo de estas páginas, un magnetismo de naturaleza melancólica, radica en que su autora, Maja Haderlap, austriaca de la minoría eslovena, no ha querido contar sólo la abominación que se abatió sobre su pueblo cuando la guerra. No ha querido, digamos, vengar la memoria de los suyos, sino emprender una labor extraordinariamente más difícil.

En El ángel del olvido, Haderlap ha pretendido -y acaso ha logrado- reconstruir el mundo donde, una vez, los suyos cumplieron con su fugaz cometido sobre la tierra. Si la novela es un empeño de madurez (no sabemos, insisto, si El ángel del olvido es o no una novela), lo es por un motivo fantasmagórico: porque el autor sabe ya que su vida es una vana fulguración, destinada a apagarse en breve, y porque esta conciencia le permite imaginar, con precisión, la textura y el aroma de otras vidas, inmersas ya en el pasado.

La autora reconstruye el mundo donde, una vez, los suyos cumplieron con su fugaz cometido sobre la tierra

Ah, pero el pasado que se recoge en El ángel del olvido no es cualquier pasado. El modesto milagro que se obra en estas páginas es aquél mismo que, entre nosotros, sólo supo convocar Cunqueiro (y para ser completamente justos, el poeta Rafael Adolfo Téllez): esto es, la reproducción de los tiempos, de la ideología, del mundo anímico del agro, hoy desvanecido y, tal vez, inescrutable. Escribe Cunqueiro: "Si me hago árbol viejo en la otra orilla del río / y me toca ser el árbol que recuerda y sueña"... Esta misma figura del árbol que recuerda y sueña, es la que ha escogido, sabiéndolo o sin saberlo, Haderlap.

Y al igual que Cunqueiro, para fijar y ennoblecer la realidad viva de su pueblo, y no para encapsularla en un ideal político, por lo demás estrechísimo y quimérico, cual es el ideario nacionalista. A los partisanos que aparecen por estas páginas, mucho más tarde, les llamarán traidores los mismos que quizá simpatizaban con los invasores nazis. Esos partisanos, hombres de campo sin filiación política común, pero unidos por el catolicismo y las costumbres, son los que luego querrán verse, bien como comunistas embozados, traidores a Austria, bien como la argamasa para una futura república eslovena. Pero lo cierto, y El ángel del olvido va destinado a este fin, es que aquellos hombres y mujeres eran sencillos campesinos, inmersos en el rito y el ritmo cereal de las estaciones, a quienes devoró la guerra.

Lo cual nos lleva a un último aspecto de esta novela, como es la datación del dolor, y el modo en que la historia pasa sobre nuestras vidas. La abuela de la protagonista de El ángel del olvido es una superviviente del campo de Ravensbrück, y su padre fue torturado por las SS, siendo niño, para que delatara a sus vecinos. ¿Se trata de hechos autobiográficos? Probablemente. Pero se trata, en todo caso, de la explicación, de la fijación de unas vidas, gravadas ya para siempre por la crueldad y el infortunio.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

El mundo que muere con esos personajes -el mundo que aquí se erige con la obstinada delicadeza del niño que recuerda y ama-, guarda más relación, probablemente, con el siglo de Napoleón y Federico de Prusia que con el siglo de la bomba atómica. Pero fue, precisamente, este vértigo industrial del XX, y su extensión bélica, la que orillará para siempre aquel residuo virgiliano, no exento de arideces y padecimientos, que Haderlap recoge en las presentes páginas.

Unas páginas, insisto, penetradas por el enorme misterio de la Historia. Y no tanto por las deformaciones posteriores (el partisano como traidor o el esloveno como repúblico independentista), cuanto por la posibilidad misma de fijar y comunicar a las generaciones posteriores una experiencia intransferible. Y en mayor grado, cuando tal experiencia es la experiencia del dolor, de naturaleza intransitiva. Buena parte de los testimonios de los lager se basan en esa paradoja: en cómo transmitir lo intransmisible a quienes no conocieron tal espanto. A ello se añade cierta perplejidad sobre el modo en que la historia vuelve a transitar, vuelve a apetecer, los mismos caminos violentos, en apenas dos generaciones. Este camino, como ya se ha dicho, es el camino del nacionalismo, alemán o esloveno, y cuya ejecutoria es, en buena medida, la ejecutoria de Europa.

Apenas comenzado el experimento soviético, Chaves Nogales escribía que el motor último de la Revolución rusa, la fuerza que impulsaba a aquellas muchedumbres, era el orgullo paneslavo y no un vago marxismo igualitario. Sea como fuere, son estas fuerzas las que atraviesan fatalmente una porción de Austria, la Carintia eslovena, y las que al cabo extraen a esa región de una hora del mundo que ya era, definitivamente, otra. Esa hora, que aún tiembla en la memoria de su protagonista, es la que Haderlap recoge en El ángel del olvido. Ahí, es el hombre bajo su propia luz, en su mismo paisaje, abrazado por el viento de entonces -"el árbol que recuerda y sueña" del maestro Cunqueiro-, quien nos reclama.

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