RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN | ESCRITOR

"Contar historias siempre ha sido un modo de conjurar el miedo"

  • El autor asturiano reflexiona sobre la relación entre totalitarismo y control del lenguaje en una novela distópica, 'Horda', donde las palabras y los libros se castigan con la muerte

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971).

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971). / Carlos Ruiz B. K.

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) publicó en los albores del confinamiento un libro sobre el duelo y la figura paterna que conmovió por su belleza y descarnada sinceridad, No entres dócilmente en esa noche quieta, acaso el título más exigente y sobrio de una producción que nunca ha rehuido riesgos ni enmascarado sus excepcionales marcas estilísticas. Hasta ese momento, sin embargo, el asturiano había estado escribiendo una distopía sobre la tiranía de las imágenes y la apropiación del discurso colectivo por el poder, que ahora ve la luz en su sello habitual, Seix Barral. Horda plantea una sociedad donde las palabras perdieron su significado tras años de uso estéril y fueron abolidas por unos niños que se han hecho con el control absoluto de la sociedad, imponiendo un régimen de silencio que castiga con la muerte los libros, la conversación y la risa. En ese escenario apocalíptico, saturado de estímulos visuales, un hombre y un mono emprenden un viaje que es tanto una huida como la búsqueda de un camino propio.

-Escrito como una parábola y con tono de urgencia, Horda contiene en cien páginas enseñanzas morales desgarradoras. Ya había dedicado otros libros, como El Sistema (Premio Biblioteca Breve), a diseccionar los mecanismos del poder. ¿Qué compromiso le interesaba asumir aquí?

-Quería reflexionar sobre el valor de la palabra y los riesgos de vaciar de sentido aquello que nos define y nos separa de cualquier otra especie; y también indagar en mi propia tarea como escritor. No es la primera vez que lo hago pero nunca había reflexionado con tanta intensidad sobre cómo la palabra está sometida a riesgos y desventuras, y el más evidente es el uso inane, casi infantilizado, absolutamente gratuito, que le damos al lenguaje, y que tiene como peligro el convertirlo en anodino, intrascendente y manipulable por cualquiera que lo desee.

Cubierta del libro editado por Seix Barral. Cubierta del libro editado por Seix Barral.

Cubierta del libro editado por Seix Barral.

-La dominación y el control del pensamiento resultan aquí aún más perversos por ser niños quienes sostienen este imperio de la crueldad, con ecos de El señor de las moscas, pero también de los desfiles solemnes de Olympia.

-En la novela hay una idea de suplantación de lo que nos ha traído hasta aquí, del libro como recipiente por antonomasia de la transmisión de la memoria y el conocimiento, casi el logos de la humanidad. Desde hace un tiempo estamos asistiendo a un cambio de paradigma que no supone la defunción de esa forma de transmisión de conocimiento pero sí nos obliga a dialogar con otros soportes o mecanismos a través de los cuales, en el mejor de los casos, concentrar nuestro conocimiento o la memoria de lo que somos.

-¿Es su libro más político?

-Toda obra de creación es una obra política porque surge de una realidad, la que sea, por mucho que aparezca travestida o deformada en la ficción. Y es política en el sentido de que a poco que no sea una obra de pura evasión o entretenimiento llevará dentro de sí ideas y consideraciones que admiten una lectura de tipo político. En mi ánimo no estaba apuntar a ninguna política con siglas pero sí la conversación, la reflexión, sobre el uso resonante y adulto del lenguaje, para no pervertirlo y convertirlo en una cosa completamente vacía de sentido. A veces olvidamos que las personas somos el recipiente donde viajan las palabras también y si tú vacías una palabra de sentido estás vaciando a la persona que la usa, y sabemos históricamente que luego puedes llenarla de lo que te apetezca, y eso sí es peligroso. La apropiación de determinados términos puede ser dramática. Y hay ciertas palabras que deberíamos pronunciar desde el respeto a lo que ha costado conquistar el derecho a usarlas.

"Hay palabras que deberíamos pronunciar desde el respeto a lo que ha costado conquistar el derecho a usarlas"

-En ese sistema terrorífico que lanza imágenes a todas horas, Magma, resuenan las redes sociales con su fagocitación del tiempo de ocio y su peculiar aproximación a la realidad. ¿Se mantiene al margen de ellas?

-Tuve Facebook pero nunca más he vuelto a frecuentarla, me salí porque, por un lado, era una pérdida de tiempo pero sobre todo porque en algún momento me di cuenta de que estaba pendiente de clicks anónimos, de gente que no sabía quién era, y pensé que eso a mí no me daba ningún beneficio inmediato. No he vuelto a frecuentarlas ni como agente ni como paciente. Lo que más me llama la atención de las redes sociales es la urgencia que en ellas se instala, esa necesidad de estar siempre presente y tener cada cierto tiempo que decir algo por temor a desaparecer, a ser borrado o al silencio. Las redes son un síntoma de muchas cuestiones que se abordan en Horda.

-¿Por qué eligió un bonobo como compañero del protagonista?

-Por una atracción personal. Me han fascinado todos los monos desde niño y el bonobo es uno de los más cercanos a nuestra especie, aunque podía haber sido cualquier otro. En una novela sobre el lenguaje me parecía atractiva la idea de que el mono nos permitiera reflexionar sobre lo que hemos perdido. Cuando uno ha leído El origen de las especies de Darwin, o a Robert Sapolsky, un primatólogo que ha investigado especialmente a los mandriles y cuyos libros editados por Capitán Swing me apasionan, sabe que el mono tiene unas connotaciones que lo hacen muy seductor desde el punto de vista narrativo. El mono se me impuso muy pronto como animal de compañía del protagonista y también el cierre de la novela, que sugiere tanto una evolución como una circularidad, la posibilidad de un comienzo o el fin de la humanidad.

"Las redes sociales te obligan a estar siempre presente por temor a ser borrado o al silencio"

-En una obra tan visual como ésta, ¿qué papel jugaron los referentes audiovisuales y cinematográficos, como Fahrenheit 451 o El planeta de los simios?

-El planeta de los simios la tengo muy olvidada en el tiempo y no me gusta especialmente. Fahrenheit 451 no lo tuve presente mientras escribía de un modo consciente, no veía a Montag quemando libros, pero siempre hay un clima que rodea a la escritura en el que resuenan otras lecturas y es inevitable mencionar la sombra de Bradbury en este libro y no sólo ficciones que vienen del campo de la distopía. A mí me impresionó hace años Una historia de la lectura de Alberto Manguel, que dedica capítulos extraordinarios a la destrucción de bibliotecas: desde la quema de la biblioteca de Alejandría a cómo la llegada de los españoles a América, en concreto de los religiosos españoles, destruyó el registro escrito de algunos pueblos precolombinos conscientes de que, de ese modo, cancelaban cualquier posibilidad de memoria futura. Y todo eso supongo que funciona aquí como telón de fondo.

El escritor es desde diciembre de 2020 diputado de Podemos en la Junta de Asturias. El escritor es desde diciembre de 2020 diputado de Podemos en la Junta de Asturias.

El escritor es desde diciembre de 2020 diputado de Podemos en la Junta de Asturias. / Carlos Ruiz B. K.

-La promoción del libro llega cuando usted se ha convertido en diputado de Podemos Asturias, lo cual no deja de resultar también un tanto distópico.

-Estoy feliz de tener la oportunidad de descubrir por dentro la institución más importante para un asturiano, el gobierno autonómico, y conocer de primera mano los problemas reales de la gente, que son muy prosaicos en el mejor sentido de la palabra. A veces pensamos que la política trata de cosas muy elevadas y lo cierto es que trata de que la gente tenga una atención primaria que funcione y los padres un transporte que lleve al colegio a sus hijos... así que la experiencia no deja de ser un baño de realidad. Y también es interesante porque sé que es algo puntual y lo dejaré cuando acabe esta legislatura, siempre es importante tener un sitio al que volver.

-Horda nos recuerda que "las historias son el patrimonio de los débiles, su privilegio".

-Tanto en la escritura como la oralidad, el contar historias ha sido siempre un modo de aplazar por un lado lo malo que pueda venir, de conjurar el miedo incluso, como le ocurría a Sherezade. Pero también recuerdo que le oí hace muchos años a Vargas Llosa decir que había sido escritor porque no había podido ser aventurero, y me parece una frase muy inteligente y muy real. Los escritores ficcionamos todo aquello que quizá nos hubiera gustado protagonizar pero por negligencia, pereza, cobardía o incapacidad no hemos podido hacer. La literatura tiene algo de registro llevado a cabo por aquellos que en un determinado momento se han detenido ante la vida, han dado un paso atrás o al lado, y han reflexionado sobre ella, lo que no quita para que haya escritores que han tenido vidas aventureras o poderosas.

-Su novela parece sugerir el cataclismo pandémico pero, sin embargo, su escritura es anterior.

-Completé Horda en la primavera de 2018 pero estaba terminando el libro sobre mi padre y mi editora Elena Ramírez y yo valoramos la posibilidad de anticipar No entres dócilmente en esa noche quieta.

"El libro sobre mi padre me permitió explicarme a mí mismo a través de su fatalidad y resultó catártico"

-En ese libro sobre la enfermedad y muerte de su padre se sitúa en un ámbito de no ficción inédito en su producción que descubre a un memorialista extraordinario. ¿No piensa seguir por esa vía?

-Es el libro más importante que he escrito en mi vida pero agota una experiencia y una trayectoria. Muchos colegas me preguntaron si inauguraba algo y yo creo que no, que es un libro que se agotaba en sí mismo. Explicando mi vida junto a un hombre al que he querido mucho y que, al mismo tiempo, me hizo mucho daño, intentaba explicarme a mí mismo a través de su enfermedad, de su fatalidad. Creo que era un libro que me debía a mí mismo y a mi familia aunque supiera que no iba a tener continuidad. Y ha sido catártico y, dándole todas las comillas que quieras, me ha curado, se me impuso como una necesidad. Hay una paradoja: es el primer libro que llevo conmigo y he tardado en escribirlo prácticamente media vida, en primer lugar porque necesitaba la desaparición física de la persona que lo había justificado y también porque me exigía a mí un grado de madurez que no había conquistado antes.

-También ha publicado un libro sobre arte que ojalá tenga una mayor difusión: Este pueblo silencioso. Las manos en el Museo de Bellas Artes de Asturias.

-Durante la pandemia Alfonso Palacios, el director de la pinacoteca, y yo nos propusimos hacer un regalo para los sentidos y en muy poco tiempo armamos un libro sobre 13 piezas de la magnífica colección permanente del Bellas Artes asturiano, que es uno de los grandes museos de España. Analizamos doce pinturas y una escultura, y el motivo eran las manos como instrumento de civilización. Es un libro-objeto sobre la mano que, como el lenguaje, es otro de los grandes mecanismos civilizadores de la humanidad que nos separa del resto de especies, pero no ha tenido vida pública porque tampoco era su vocación, sólo se vende en el museo de Bellas Artes y alguna librería especializada.

"La risa nos permite perder lastre e impostura, su poder desinflamador me parece esencial"

-Junto a la palabra y los libros, su defensa del poder de la risa en Horda resulta conmovedora.

-Hay un libro de adolescencia que me marca, como a tantos de nosotros, y es El nombre de la rosa. Umberto Eco, a través de su protagonista Guillermo de Baskerville, nos recuerda que la elección de la risa nos enseña a cuestionar la verdad única y a aquellos que creen poseerla. La capacidad disolvente de la risa, que pone en perspectiva esas verdades únicas por las cuales la gente está dispuesta a morir y matar, me parece muy importante. Y me interesa sobre todo cuando nos la aplicamos a nosotros mismos. Cuando uno cree que está haciendo algo decisivo y se pone muy solemne, la risa nos permite perder lastre e impostura; ese poder desinflamador de la risa me parece esencial. 

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