Desnos y el cine I Crítica

Noticias sobre Robert (Desnos)

  • Se edita un librito sustancioso en el que la especialista Carole Aurouet recuerda la firme y problemática relación entre el poeta Robert Desnos y el cinematógrafo

Robert Desnos (París 1900, Theresienstadt, Chequia, 1945).

Robert Desnos (París 1900, Theresienstadt, Chequia, 1945).

Jugando con el enigmático título de aquella película de Pascal Bonitzer (Rien sur Robert) que nombraba la dificultad real, a finales del siglo XX, de encontrar la obra del poeta en las librerías parisinas, podríamos decir que aquí tienen por fin "algo sobre Robert", un didáctico y muy informativo opúsculo sobre las precoces e intensas relaciones entre Robert Desnos y el cine en el que la especialista Carole Aurouet, profesora que ha dedicado parte de sus investigaciones académicas al así denominado "cine de los poetas" (Apollinaire, Albert-Birot, Artaud, Péret…), logra el más encomiable de los objetivos en libros de estas características: insuflar el entusiasmo por leer directamente la literatura cinematográfica de Desnos.

Del poeta conocíamos reflejos de su carácter íntegro, valiente y optimista en la más negra de las horas, cuando, como aquí también recuerda Aurouet, les agarraba la mano a sus compañeros de Lager sentenciados a muerte para leerles en la palma trazos de un feliz porvenir: Desnos, desde que la Gestapo lo arrestara el 22 de febrero de 1944, pasó por Fresnes, Compiègne, Auschwitz, Buchenwald, Flossenbürg, Flöha y Theresienstadt, donde, a los 44 años, falleció el 5 de junio de 1945 víctima de la barbarie, el tifus y los trabajos forzados. Y ahora, también, podemos admirar esta irredenta tenacidad y este hondo espíritu de libertad en un contexto más luminoso, cuando, al hilo de los primeros titubeos industriales del nuevo arte nacido en la barraca, Desnos proyectara en ellos sus anhelos de transformación estética, política y social.

Se dibuja aquí para empezar el perfil del Desnos crítico, aquel que en las páginas de Paris-Journal, Le Soir, Revue du Cinéma o Journal littéraire, entre otras publicaciones, diera rienda suelta a una feroz oposición a todo el cine que traicionaba su enamoramiento primigenio con el arte que viera nacer no-arte, es decir, popular, carente de pretensiones intelectuales y propenso a la introspección onírica.

Si años después el alemán Syberberg consideraba a la invención de los Lumière esa "gran compensación" a la terrible aleación de capitalismo y maquinismo, para el Desnos de entonces, de aquellas primeras décadas en la que todo parecía posible, el cinematógrafo prometía un "gran consuelo" a las vidas grises y reprimidas de sus contemporáneos.

Así, como la estupefacción de la droga –íntima, en esto, la veta con Artaud–, el trance del cine proporcionaba otra "vida posible", un doble deseado que respondía a una necesidad visceral que tanto más se apaciguaba cuanto mayor era el abandono por parte del filme de patrones lógicos y estructuras pseudolingüísticas. De ahí su desiderátum: películas "deshilvanadas" al ritmo de "pianos desafinados", que descartaran cualquier tipo de razonamiento; listas para consumirse en naves industriales del extrarradio, "embarcaderos para sueños" que no podían compararse con las salas convencionales, dominadas por "esa arquitectura de ópera cómica en la que los dorados chorrean sobre el queso crema de las cariátides".

La, como se puede comprobar, maravillosa pluma irónica de Desnos alaba, en estos escritos críticos aquí espigados, a Louis Lumière, Feuillade, Delluc, a las transgresiones slapstick de la fábrica Sennett, al primer Chaplin y Keaton, "superiores por patéticos y corrosivos", o los excesos inasumibles y contraproducentes de Stroheim, y de igual manera se ensaña contra el cine con ínfulas literarias, teatrales o pictóricas –incluso en su alineación vanguardista– que se toma a sí mismo demasiado en serio, siendo su bestia negra ese cine nacional francés "anémico, moralizador y carente de espíritu innovador". De los duros palos de esta época no se libraba ni Epstein o L'Herbier, ni tampoco Max Linder ni, por supuesto, una de sus más enconadas némesis, Abel Gance, caído para él en el más inane moralismo tras la antibélica La rueda.

Curiosamente, cuando el cine se dirigía a su mayor institucionalización estética e industrial a partir de la generalización del sonoro, Desnos se pasó al otro lado, escribiendo entre 1925 y 1942 unos veinte guiones de los que Aurouet ofrece en este libro detalladas descripciones y que en la práctica vinieron a traducir esa esquiva aspiración a lo maravilloso que no compartiera lindes con lo artístico.

Sólo en su experiencia con Man Ray, que tradujo visualmente un poema suyo en la famosa L’Étoile de mer (1928), Desnos pudo ver realizado su frágil cine soñado. Justo cuando Desnos se vio obligado a abrirse a otro tipo de propuestas, renunciando en cierto grado a su ilusión de recibir encargos "a la altura de sus tormentos", estalló la guerra que nos dejó sin su desmedido apasionamiento pero desde la que aún sigue acariciándonos, como ocurre con la luz de las estrellas extintas, la versión más radical de su compromiso inquebrantable con lo humano.