Félix G. Modroño | Escritor

"Las ciudades, al igual que las personas, tienen una vida propia"

  • El ganador del Premio Ateneo regresa a la novela para realizar en 'La fuente de los siete valles' un encendido homenaje a La Rioja y a los libros como pozos de conocimiento

El escritor Félix G. Modroño (Baracaldo, 1965).

El escritor Félix G. Modroño (Baracaldo, 1965). / M. G.

El escritor vizcaíno Félix G. Modroño está elaborando a través de los años y de los títulos publicados su particular atlas literario, si tenemos en cuenta la importancia mayúscula que le concede a la geografía, a los espacios concretos, en su producción. Si anteriormente Bilbao, Venecia o Sevilla fueron los lugares escogidos, en La fuente de los siete valles es La Rioja la gran protagonista.

Tras veinte años en Roma, trabajando en el Archivo Secreto Vaticano, el sacerdote Pablo Santos regresa a su tierra natal, Logroño, con el objetivo de recuperar buena parte de los libros que han desaparecido del monasterio de San Millán de la Cogolla. Especialmente importante uno de ellos, por todos los conocimientos alquímicos que se le presuponen. Esta búsqueda se convierte en el eje vertebrador de la novela de Modroño, recién publicada por la editorial Erein, así como otras tramas que consiguen forjar un relato perfectamente estructurado.

El autor ha escrito una novela con un alto componente sensitivo, en cuanto a que el paisaje, el aroma y el sonido de las calles y, muy especialmente, el sabor de la comida y del vino ocupan un papel trascendental. Gastronomía y viticultura son elementos que trascienden lo meramente descriptivo, transformándose en entes vehiculares que cobran una especial importancia a lo largo de las páginas.

Pero La fuente de los siete valles, además de geografía/identidad, comida y vino, es también un alegato e incluso una apasionada defensa de los libros como pozos de conocimiento. Y, por tanto, caben entenderse como elementos poderosos, capaces de proporcionar sabiduría y vigorosa energía a quienes los poseen.

Modroño (Baracaldo, 1965), que fue ganador del Premio de Novela Ateneo de Sevilla 2014 por El secreto del Arenal, despliega en esta nueva novela esa escritura suya característica, tan elegante y embaucadora al mismo tiempo, y que tan bien se ajusta a una historia con tintes decimonónicos, en absoluta consonancia esta vez con el siglo en que se ambienta el libro. Sensual y ágil, La fuente de los siete valles es una potente novela histórica en la que el pasado, el futuro, el amor, la intriga y La Rioja componen un relato unitario que, sin embargo, ofrece diferentes lecturas e interpretaciones.

–Tal y como ha hecho con anterioridad, por lo que ya podemos hablar de marca de la casa, convierte usted en su novela una ciudad, un espacio geográfico concreto, en protagonista de la historia...

–Y lo es de forma consciente. Creo que las ciudades, al igual que las personas, tienen vida propia. Cada ciudad es la suma de su historia; y ello condiciona la idiosincrasia de sus gentes. Es un fenómeno curioso: las ciudades son creadas por personas que, con el paso del tiempo, están condicionadas por la propia ciudad, conformando una simbiosis que es diferente en cada lugar. Por eso me gusta recrearme en las ambientaciones, sin ellas resultaría difícil entender algunas de las reacciones de los protagonistas de mis novelas. No es lo mismo contar una historia en Sevilla que en Logroño o en Bilbao. Quizás por eso se dice de mí que soy un escritor de ciudades.  

La fuente de los siete valles, a pesar de ser una novela con apariencia decimonónica, costumbrista incluso, ofrece una narración veloz, en contra del ritmo pausado que cabría esperar de una historia a la que se le adjudica ese calificativo.

–Intento cuidar la prosa. De acuerdo con la sociedad que vivimos, cada vez se consume todo más rápido en busca de la inmediatez. No me gusta la comida basura como tampoco me gusta la literatura basura. Por supuesto que me gustan las hamburguesas, pero elaboradas con cariño y buena materia prima. Creo que se puede contar una historia de forma entretenida sin descuidar la narración. Es más, intento que el lector no sólo se entretenga con la historia sino que también lo haga con mi forma de contarla. No me conformo con escribir literatura de usar y tirar.

–Son evidentes los homenajes que realiza en esta novela. ¿Puede hablar de ellos?

–Detrás de las historias de libros, bibliotecas y libreros en La fuente de los siete valles hay un homenaje al conocimiento. El hecho de elegir el monasterio de San Millán de la Cogolla, uno de los primeros lugares donde se escribió en castellano y en euskera, no es casual. Es imposible saber hacia dónde queremos dirigirnos sin saber de dónde venimos y cómo nos hemos forjado. Este libro no deja de ser una novela de aventuras con un importante componente didáctico, introducido de la manera más amena de la que he sido capaz.

–Encuentro entre la ficción y la realidad, interacción de los personajes reales con los inventados: ¿la historia como un puzle a construir de nuevo?

–Lo que más me interesa de los personajes históricos es su humanidad, sus pensamientos, sus miedos, sus emociones... Nos han enseñado la Historia como un compendio de acontecimientos, fechas y nombres. Sin embargo, no conocemos las motivaciones de los protagonistas a la hora de tomar decisiones. Mi novela comienza con la muerte de la mujer del general Espartero, posiblemente la figura política más importante del siglo XIX en España y que va siendo olvidada hasta el punto de que son más conocidos los atributos de su caballo. Espartero fue el único plebeyo al que se le ofreció reinar en España, cosa que sabiamente rechazó. Y sin embargo lo que conmueve, más allá de sus intrigas políticas o sus hazañas bélicas, es el sufrimiento por la muerte de su “chiquita”, como él llamaba a Jacinta, su esposa. Éste es sólo un ejemplo de por qué algunos personajes históricos aparecen en mis novelas y se relacionan con los ficticios.

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