La invención del viaje | Crítica

La necesidad del otro

  • En 'La invención del viaje' la profesora Juliana González-Rivera se plantea la posibilidad, a caso la necesidad del viaje, en una época que ha erradicado, mediante el turismo de masas, el exotismo

Imagen de la profesora y escritora Juliana González-Rivera

Imagen de la profesora y escritora Juliana González-Rivera

Fernandez-Armesto, el historiador británico, sugiere que el motor último de la evolución humana ha sido la distinción y la curiosidad entre los pueblos. Es decir, que la evolución cultural está llegando, de algún modo, a su fin, debido al vasto proceso de homogeneización en que nos hallamos inmersos. Esta misma cuestión, formulada de otra manera, es la que acaso se halle al fondo de este libro, La invención del viaje, obra de la profesora Juliana González-Rivera, y cuyo tenor pudiera resumirse en la necesidad -en la dificultad, quizá la imposibilidad- del viaje, en esta época de itinerancia ardiente, obrada sobre una paradójica superficialidad.

Hay, pues, dos magnitudes, dos campos, en La historia de los relatos que cuentan el mundo compendiada aquí por González-Rivera. La primera es de índole personal, y se refiere al impulso que mueve al hombre hacia lo extraño, y que lo convierten, perdurablemente, en nómada. Desde el fabuloso Ulises al verídico Marco Polo, desde Ibn Battuta a Ruy González de Clavijo, este extraño acicate siempre ha dispuesto a una gavilla de hombres para aventurarse en lo ignoto.

En segundo lugar, el viaje es, en sentido estricto, la historia del viaje; y en consecuencia, el modo mismo en que tal conocimiento se ha ofrecido a la curiosidad humana. En este sentido, parece obvio que fue Heródoto, oscurecido por las exigencias de Tucídides y Polibio, quien inaugura un género donde a la movilidad geográfica se añade la profundidad temporal y la curiosidad antropológica.

De Ulises a Marco Polo, el viaje siempre ha dispuesto a una gavilla de hombres para aventurarse en lo ignoto

¿Puede existir aún un género, exahustivizado por el XIX, en el que las grandes lejanías se han estrechado vertiginosamente? La respuesta es, probablemente, sí. Tanto por el carácter etnológico ya referido, como porque viajar es también viajar en el tiempo, e interpretar, de algún modo, lo que la vista nos ofrece.

Libro bien escrito, La invención del viaje quizá sea una refutación involuntaria de lo dicho por Armesto. Cabe la posibilidad, en suma, de que la era del transporte traiga, a la contra, un reextrañamiento del Otro, no siempre, ay, de naturaleza benigna.

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