Las personas más raras del mundo | Crítica

Lenta decantación de Occidente

  • Capitan Swing publica 'Las personas más raras del mundo', obra del antropólogo Joseph Henrich, donde se indagan las plurales razones, culturales y de todo orden, que explican la 'anomalía' del homo occidentalis

Imagen del antropólgogo estadounidense Joseph Henrich (Norristown, 1968)

Imagen del antropólgogo estadounidense Joseph Henrich (Norristown, 1968)

Este libro del antropólogo Joseph Henrich pretende explicar tanto el origen del mundo occidental como su carácter anómalo, dentro de una historia global, cuyos valores y cuya ejecutoria han sido notoriamente distintos. Para aclarar dicha distinción, Henrich se centra en el mundo de la revolución industrial y sus vínculos con la Europa protestante. Y en concreto, con la difusión de la lectura que se deriva de la escisión de luterana, vinculando estrechamente ambos fenómenos. Esta es, acaso, la parte menos sólida de un libro brillante y documentado, lleno de erudición y perspicacia. Y ello por una cuestión fácilmente entendible. Henrich presenta como hecho autónomo y distintivo lo que no es sino el extremo de un vasto proceso al que llamamos modernidad, y en el que -valga a modo de ejemplo-, el humanismo del católico Tomas Moro o de Erasmo de Roterdam es mucho más relevante, en términos de pensamiento moderno, que el anti-humanismo espiritual y aflictivo de Martin Lutero.

Es una previa consideración científica del mundo la que se diseminará por Europa desde el siglo XIV

Más importante aún, si cabe, es lo que Peter Burke señala como distintivo de la sabiduría moderna, vale decir, renacentista, cual es la presentación de los hechos como fruto de causas previas. Esa novedad es la que Paolo Rossi resumía en Los filósofos y las máquinas (1400-1700), cuya espléndida consecuencia, ya en la segunda mitad del XVIII, será la revolución industrial. Con lo cual, es esta previa consideración científica del mundo, esta ordenación causal de la realidad, privativa del mundo moderno, la que se diseminará por Europa desde el siglo XIV, y la que se extenderá por América a partir del siglo XVI (Piero della Francesca, padre de la geometría descriptiva, muere el mismo día en que Colón llegaba al Nuevo Mundo), con los resultados conocidos. Hago esta salvedad, sin duda demasiado extensa, porque lo que Henrich muestra en su obra, precisamente, es aquella profundidad y amplitud de los cambios obrados en el mundo occidental, desde los monasterios a las ciudades, desde la religión al vínculo matrimonial y sus repercusiones sociales y crematísticas (recuérdese lo dicho por Duby en El caballero, la mujer y el cura), cuyas transformaciones psicológicas, legales, organizativas -e incluso fisiológicas, ya que el cerebro se modifica por el hábito lector-, tienen como producto último al hombre WEIRD definido por Henrich como “occidental, educado, industrializado, rico y democrático”.

Lo más interesante, pues, de este libro, cuya tesis no deja de ser una historia de la modernidad, se halla en las diferentes instancias, no sólo históricas, desde las que se aborda la particular ejecutoria occidental. Salvatore Settis, o el propio sinólogo belga Simon Leys, nos tienen explicada una llamativa diferencia entre una sociedad altamente escrita y literaria como la china imperial, y el occidente literaturizado del mundo moderno. Dicha diferencia es el distinto concepto de pasado -la ordenada curiosidad por el ayer- que distingue al Occidente de los últimos seis siglos. Este es uno de los hechos cruciales que, desde Lorenzo Valla, el inca Garcilaso y Jean Bodin, han configurado una inspección científica de las edades, que a partir del XV nos permite adivinar y concebir, en toda su extraña grandeza, a la Antigüedad misma, como recuerda Panofsky. Quiere decirse, pues, que no es tanto la lectura como lo leído, aquello que conformará el orbe distintivo de occidente. Y en tal sentido, la mayor alfabetización británica del XVIII será determinante en su prosperidad futura. De igual manera, será el largo aprendizaje del método inductivo y la práctica experimental, que va de Monardes, Rabelais, Da Vinci y Bacon a Descartes, Pascal, Spinoza, Bayle, Galileo, Newton, etcétera, el que se aplicará, con resultados admirables, en la Europa empirista del XVIII. Cuestiones todas que vienen subsumidas en una dilatada y compleja trama, vinculada a numerosos aspectos (la religión, el derecho, las instituciones, los vínculos familiares, las migraciones urbanas, la técnica, etc.), y que al cabo configurará, en un lento precipitado cultural, a estas “personas más raras del mundo” que se postulan en la presente obra. El notable mérito de Henrich reside ahí, en reseguir dicha trama cultural e histórica, hasta traerla a nuestra posmoderna meridad de hogaño.

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