De libros

Limbos, cielos y libros

  • Jesús Marchamalo completa en 'Donde se guardan los libros' su recorrido por los archivos de distintos escritores contemporáneos, entre ellos Fernando Savater, Luis Landero, Javier Marías o Mario Vargas Llosa.

Donde se guardan los libros. Jesús Marchamalo. Siruela / Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Madrid, 2011. 224 páginas. 18,95 euros.

"Tampoco era un proyecto tan extremadamente original", comenta el propio Marchamalo de la que en su día fue una iniciativa que acogió el suplemento cultural de ABC: un paseo por las bibliotecas de algunos de los escritores más conocidos del panorama editorial. La serie tenía una periodicidad mensual y la idea era trazar la "peripecia lectora" de esos autores a través de los títulos que ocupaban un lugar de honor, los libros desahuciados, el orden (o desorden) que seguían las estanterías o cuáles eran sus preferencias y manías como lectores recurrentes.

"Pero, de repente -continúa Jesús Marchamalo- la sección cobró un inusitado interés. Recibió numerosos comentarios y cartas y se mantuvo algo más de año y medio a razón de un escritor cada mes. En total, tenía quince entrevistas, a las que añadimos cinco más para completar el libro, con nombres que me hubiera gustado poder incluir en la selección, además de más de un centenar de fotos de las bibliotecas de los autores".

Lo que resulta, evidentemente, un plus a nivel de curiosidad fetichista -que es la que nos lleva a este libro-, pues a través de las imágenes el propio lector puede husmear en las bibliotecas, ver cómo son y con qué recuerdos y adornos comparten los libros los estantes -circunstancia especialmente jugosa en los casos de Fernando Savater o Luis Alberto de Cuenca-.

Un gran consuelo es comprobar, en el recorrido que realiza Marchamalo, que la mayor parte de las bibliotecas son caóticas. Sistema entrópico que desafía cualquier intento de orden y en el que vemos reproducidos, muchas veces, las manías inconfesables de uno mismo: "A mí me consolaba mucho ver eso -confiesa Marchamalo-, que las neurosis de uno se repiten en otros muchos escritores de renombre. Las librerías suelen estar colocadas en un orden muy personal. Y esto no sólo te justifica tus propias manías lectoras, sino que se te pegan otras que no habías ni considerado".

"La clave de todo esto -continúa el autor- se sustenta en que uno no se levanta un día por la mañana y se dice: Voy a hacer una biblioteca. No ocurre con nadie: uno va comprando libros de manera casual o arbitraria. Y hay autores que vives mucho y que, después de cinco o seis años, ya no te interesan".

Jesús Marchamalo asegura que, en efecto, las bibliotecas de los escritores funcionan como claros delatores: proporcionan muchísimos datos respecto a sus gustos, por qué hacen lo que hacen o por dónde se mueven como lectores: "Te ayudan a entender gran parte de su obra o la manera de acercarte a ellos; vislumbras partes importantes de su personalidad y de su trabajo".

Una de las pautas más comunes en las bibliotecas es la existencia de cielos e infiernos e incluso limbos: zonas en las que habitan los libros privilegiados, los defenestrados y aquellos títulos que vagan de un lado a otro, sin saber muy bien qué va a ser de ellos. Los limbos varían: pueden ser una mesnada de volúmenes, que van perdiendo o añadiendo integrantes, y que viajan de un rincón a otro; cajas olvidadas entre cebollas en el ático o en algún sótano o, simplemente, títulos arramblados en rincones o en los bajos de las estanterías. Especialmente reseñable, en este caso, es la solución de Luis Landero: llegado un momento, el escritor coge una caja con los libros límbicos y los deja en el banco de un parque, para que la gente se sirva a placer, a modo de bookcrossing masivo. Pero no se marcha: se queda observando, desde algún sitio, en qué manos termina cada volumen.

"Cada biblioteca personal -continúa explicando Marchamalo- es muy distinta de las demás pero, cuando las lees juntas, hay una especie de hilo visible o invisible entre ellas. Hay una sucesión de títulos, de autores, manías... que hacen que te reconozcas en muchas de ellas y luego, todas me han parecido, además, extrañamente coherentes. Todo lo que veía y todo lo que me contaban, cuadraba perfectamente con la personalidad del escritor".

La biblioteca de Javier Marías no podría ser de otro, como le ocurre a la de Pérez-Reverte, o la criatura vírica que es la colección Vargas Llosa, que se extiende por varias ciudades: "Es necesario leer para escribir, y mucho de lo que escribes tiene que ver con lo que lees. Como diría Savater, a la mayor parte de los escritores lo que les gustaría es que les pagaran por leer -comenta Marchamalo-. De alguna manera, de la lectura se destila la literatura del propietario".

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