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Marina Perezagua. Escritora

"Mucha gente no tiene tiempo ya ni para querer a los demás"

  • La autora sevillana regresa con su primera novela, 'Yoro', una durísima pero hermosa historia sobre el reverso destructivo de la condición humana.

Dos deslumbrantes libros de cuentos, Criaturas abisales (2011) y Leche (2013), le bastaron a Marina Perezagua para convertirse, sin necesidad de aspavientos, ajena por completo a la vanidad ritual del temible mundillo literario, en una de las voces más prometedoras e insólitas de su generación. Turbadora, terrible y sin embargo hipnótica y embriagadora, su literatura conjuga todo un idioma del horror, pero con estallidos de extraña belleza y desarmante ternura y con la pulsión desesperada del amor como bálsamo que permite en última instancia, a pesar de todo, digerir tamaño catálogo de sufrimientos y formas de violencia y de marginación que el ser humano es capaz de concebir y llevar a la práctica. En Yoro, su primera y esperada novela, publicada como las dos anteriores obras por Libros del Lince, la escritora sevillana afincada en Nueva York retoma Little Boy, uno de los relatos o más bien la nouvelle que contenía Leche, para recorrer, junto a H, insospechada superviviente de la devastación causada la bomba atómica en Hiroshima, su particular historia universal de la infamia en el siglo XX, desde aquellos atroces días de 1945 hasta nuestros días.

-Uno se pregunta si es posible disfrutar escribiendo un libro de semenjante dureza...

-[Risas] Sí, la verdad es que sí. Mira, de verdad, yo he venido a esta vida a ser feliz. Y si sufriera escribiendo, no lo haría. Aunque sea un libro duro, que lo es, en mis personajes pongo mucho amor, me entrego para salvarlos y mimarlos, de modo que sí, el proceso de escritura para mí es bonito.

-La historia, a la postre, constituye una celebración de la vida, de la increíble capacidad de supervivencia del ser humano, sólo que esto lo hace desde la oscuridad, y eso suele asustar...

-Normalmente mis personajes están en una situación crítica, no ya por ellos sino por la sociedad, que los empuja hacia ese límite. Yo parto siempre de ahí y de alguna manera trato de redimirlos.

-Ahí juega un papel fundamental el amor, que en sus libros no es nunca un capricho romántico, sino una necesidad orgánica, no una construcción sofisticada sino algo bastante salvaje...

-Al final, por tópico que suene, el amor es realmente lo único que nos mueve. Solemos darlo por sentado, el que no tiene pareja, tiene el amor de la familia o de sus amigos. Pero para muchas personas eso no es así. Yo vivo en un país donde el amor de la familia no existe demasiado y las relaciones personales son muy distantes y cada vez más frías, y no ya por una cuestión cultural sino por las enormes distancias: muchos no tienen tiempo ya ni para querer a los demás. Mis personajes viven en las afueras del amor y por eso lo buscan, porque lo han sentido pocas veces y necesitan sentirlo.

-De hecho la novela no deja de ser la historia de una madre que busca a su hija. Pero esa madre se pasa prácticamente toda la novela -y la vida- deambulando sin compañía, ella sola contra la inmensidad del mundo. ¿Vivimos cada vez más así?

-La ventaja de cierta soledad es la libertad. Prácticamente no hay nada que perder, lo cual en el fondo da también cierta fortaleza. Pero... Yo, indudablemente, después de tantos años fuera, vagando de un sitio a otro, he llegado a sentir miedo hasta de hacer amistades nuevas. Como todo el mundo está de paso... Y acabas un poco desarraigado. Conservo a mis amigos de toda la vida, menos mal, eso no ha cambiado, pero mis relaciones no son normales en ese sentido. No quieres engancharte a nada, y eso emocionalmente es duro.

-¿De qué manera afecta en su escritura esa lejanía, ese extrañamiento de llevar tantos años lejos de sus raíces?

-En el plano personal es duro, pero para la escritura es muy productivo. Desgraciadamente, escribo mejor cuanto peor me siento; parece, de nuevo, un tópico, pero en mi caso es realmente así. No es que utilice la escritura como terapia, porque no creo en eso, pero supongo que como mis libros tratan sobre el dolor, cuando lo estoy sintendo lo transmito mejor.

-En la escritura no hay palabra inocente, mucho menos en su caso, supongo, a la vista de la precisión de su estilo. Dado que aborda los temas que suele abordar, ¿cree en la capacidad digamos regeneradora de la literatura?

-Yo no sé si tengo ese poder, porque para eso hay que tener un verdadero don, pero sí sé que hay gente que lo tiene. Por ejemplo, cuando leo a Oliver Sacks, sé que es posible. Ahí sí siento que la literatura puede cambiar a las personas. Cierro el libro y veo el mundo de un modo diferente. Hay libros que te marcan hasta ese punto, de modo que indudablemente la literatura puede afectar a la sociedad.

-Entre las muchas partes terribles que aparecen la novela, está ese pasaje sobre Robert Oppenheimer y su equipo inventando la bomba atómica en Los Álamos. La narradora dice: "La posibilidad de engrandecer los límites de la mente superaba cualquier tipo de disyuntiva moral". Es decir, que ni siquiera el conocimiento libra al ser humano de la violencia y la maldad; es más, puede perfeccionarla hasta un grado casi inconcebible...

-Claro. Es horroroso. Antes de escribir la novela leí mucho sobre Oppenheimer y las investigaciones paralelas en la Alemania de aquel momento para conseguir la bomba atómica. Muchos de aquellos científicos estaban interesados en un plano teórico y en ningún momento, al principio, pensaban que aquello iba a explotar de verdad, pero es que cuando ya estaba claro que eso era lo que iba a ocurrir, ellos nunca pararon. Sí, es una verdad terrible, pero en los documentales los puedes ver trabajar con tanto entusiasmo, sobre todo cuando empiezan a hacerse los ensayos, que el ánimo que había era de auténtica fiesta.

-Practicaba la apnea y ahora la natación en mar abierto, y dice que eso ha influido en su escritura. ¿De qué manera, cuál es la relación entre ellas?

-Tardé en ser consciente de esa relación, pero al principio, cuando escribía cuentos, estaba muy obsesionada con la apnea. Cuando en Estados Unidos me impidieron entrar en las piscinas para practicarla, porque aprobaron una ley que la prohíbe, decidí atravesar a nado el Estrecho de Gibraltar y obligarme a entrenar todos los días, lo cual fue duro pero también tremendamente relajante. Y justo ese día, cuando decidí que quería atreverme con ese reto, decidí que iba a escribir una novela. En la escritura todo es cuestión de respiración y de ritmo, y la natación de larga distancia impone un aliento mucho más largo, era incapaz de pasar tanto tiempo en el agua y pensar en un cuento. Así que nadar en aguas abiertas llevó mi mente a otro sitio y a otro ritmo.

-Acaba de estar en la Feria del Libro de Guadalajara compartiendo mesas redondas con Vila-Matas, Cristina Fernández Cubas o Irvine Welsh, y autores como Antonio Muñoz Molina o Salman Rushdie se han deshecho en elogios hacia usted. ¿Cómo lleva el peso de las expectativas?

-A ver, si yo sólo tenía dos libros de cuentos... Disfruto escribiendo y estoy superagradecida por todo lo que me está pasando, pero ni lo esperaba ni en este sentido lo necesitaba. Cuando los amigos me decían "oh, qué ganas de leer tu novela", yo siempre pensaba "¡pero es que no tienes que esperar nada maravilloso!, sólo tengo dos libros, por favor...". Además, cuando hay tantas expectativas sólo puedes decepcionar. Es bonito por un lado, y lo agradezco... pero yo preferiría que no se esperase demasiado de mí [risas].

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