Cultura

Nueva York: el rugido bajo la historia oficial

  • Luc Sante recorre en 'Bajos fondos' el Manhattan más áspero y salvaje de la mano de sus parias entre mediados del XIX e inicios del XX.

BAJOS FONDOS. UNA MITOLOGÍA DE NUEVA YORK. Luc Sante. Trad. Pablo Duarte. Libros del KO. Madrid, 2016. 527 páginas. 23,90 euros.

Nada más iluminador que aquello que se arroja a la penumbra, nada más certero ni más elocuente, si se trata al menos de entender los resortes más profundos de una comunidad, de una sociedad, de una ciudad, que conocer lo que prohíbe, censura, mira con recelo o disfruta en secreto aunque lo condene moralmente. De esta certeza partió Luc Sante en 1991 para rastrear estos Bajos fondos de Nueva York, una obra fascinante que acaba de recuperar Libros del KO, la editorial que publicó hace un lustro (y ahora reedita) su Mata a tus ídolos, una deslumbrante miscelánea de artículos/ensayos breves que se abría, precisamente, con una evocación en clave autobiográfica del alma de la Nueva York de los años 70, aquella ciudad peligrosa, en bancarrota y todavía sin domesticar para mejor digestión del turismo mundial.

En estos Bajos fondos, Sante no viaja ya a la ciudad agreste que gozó y padeció en sus días de juventud, sino mucho más atrás, aunque de nuevo a un periodo de formación: la "adolescencia y adultez temprana" de la misma Nueva York, etapas comprendidas aproximadamente entre la década de 1840, cuando el núcleo del asentamiento original empezó a transformarse por las vías del tren y las casas de vecindad; hasta 1919, año bisagra hacia una nueva era tecnológica de la que surgió una urbe refundada.

Dado que todo viaje al pasado sólo se puede hacer o soñar desde el presente, Sante se dedica en el libro a intentar captar una cierta vibración específica de la ciudad, prácticamente secreta y por supuesto silenciada en el relato oficial sobre la Capital del Siglo XX, con sus inmigrantes desesperados dándole la vuelta a su suerte, sus millonarios filántropos inaugurando hospitales y su poesía de los rascacielos. Pese a todo, de algún modo, sostiene el autor, esa vibración pervive aún hoy, especialmente -escribe Sante- "algunas noches, en ciertas partes de la ciudad, normalmente en calles abandonadas y en invierno, pero también en otras estaciones si las calles están lo suficientemente olvidadas", cuando al caminante desprevenido le puede sorprender la impresión de que casi puede "atisbar el pasado como a través de una ventana sucia".

Con un rigor sólo equiparable al grado de libertad asumido para su investigación, sin pretensiones de elaborar un tratado de Historia "dura" o sistemática, Sante trata de hacer justamente eso, y para ello acota sus merodeos a los dominios primigenios de Manhattan, y dentro de ella a sus barrios de peor fama en aquellos tiempos, Tenderloin y Bowery, además de los arrabales y los muelles. Una vez asentado ahí, propone una historia subterránea que también explica la ciudad y el carácter que sigue definiéndola: la existencia cotidiana de los rufianes, desheredados, suprimidos, incomprendidos, ignorados y engañados. Una suerte de abrumador caleidoscopio de los "vicios y encantos" que la ciudad ofrecía a sus clases bajas, que Sante compone dejándose llevar por su intuición y atento -ya lo hemos dicho- no tanto a la Historia como a su minúscula miga, al "sabor y al incidente", a "la anécdota y al testigo". Abrumadora, dolorosa y trágica, pero a la vez divertida y fascinante (en las páginas abundan los personajes bigger than life), esta obra es, en última instancia, una historia de la Nueva York bronca y salvaje, despojada de su capa de civilización, tanto como una especie de elegía a los orillados en nombre de la religión del progreso, cuyos relucientes púlpitos rara vez no se levantaron sobre alguna clase de fraude.

Con meticuloso pulso de orfebre, Sante describe primero el paisaje (la configuración del terreno, las condiciones materiales de las viviendas, la apariencia de las calles), para sumergirse después en las oportunidades de evasión que existían en la ciudad. En este aspecto, la nómina de vicios y entretenimientos es, literalmente, mareante e imposible de resumir: desde el ecosistema de las tabernas a los juegos de azar pasando por las drogas, la prostitución o los espectáculos teatrales al aire libre que se alimentaban de las historias de supervivencia y violencia que se sucedían en las mismas calles donde se representaban... En todas estas actividades jugaron su papel la policía de la ciudad, cuya historia no es exactamente ilustre; la política, "una variedad del vicio a medio camino entre el juego y la prostitución"; y las numerosísimas bandas, las famosas gangs of New York, cuya historia puede estudiarse de forma paralela al éxito del experimento capitalista en la ciudad. Finaliza Sante el recorrido recordando a los débiles entre los débiles, como los niños y huérfanos, o a los bohemios, para él héroes invisibles por su ambición -fracasada, obviamente- de "alinear el mapa de la ciudad real con el que tenían en su cabeza".

El libro reclama, eso sí, una lectura reposada, morosa, que permita procesar el enorme volumen de detalles, nombres, fechas, ramificaciones e hilos de los que tirar que hay en cada página. Sin duda por esta densidad de información la prosa de Sante, elegante, aguda y rica en fogonazos de esa inexplicable belleza que brota de la precisión y que asociamos a la poesía, adopta en este libro un registro mucho más descriptivo, un gesto de humildad y de honestidad, al fin y al cabo, con respecto a la ambiciosa historia que quiso contar. A la postre, incluso este único pero acaba por atenuarse al llegar el hermosísimo último capítulo, donde oímos ya la voz de Sante en todo su esplendor, liberada del corsé de los hechos fácticos. En esas pocas páginas dedicadas a la noche, que "es gloriosa y es vecina de la muerte", que es "el almacén de los asuntos pendientes de Nueva York" y que "es cuando las personas se meten en problemas, captan el horror, abrazan una religión", condensa toda la poética que sutilmente recorre el libro, y de paso nos lanza uno de esos guiños cómplices que sólo pueden dejarnos con ganas de más.

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