Cultura

Paz en la muerte

  • 'LA GRAN ILUSIÓN'. Mika Waltari. Trad. Luisa Gutiérrez. Gallo Nero. Madrid, 2015. 232 páginas. 18 euros.

Conocido por sus novelas históricas de la posguerra, en particular por una de ellas, Sinuhé el egipicio, que se convirtió en best-seller internacional y tuvo también amplia difusión entre nosotros, el finlandés Mika Waltari empezó su prolífica carrera literaria a una edad precoz, con 20 años, tras viajar a París donde escribió la que sería su primera novela, en un hotel de Saint Germain que era entonces -lo seguiría siendo para los existencialistas- uno de los centros de la bohemia capitalina. Publicada en 1928, La gran ilusión fue vinculada desde el momento mismo de su aparición a las obras coetáneas de los escritores de la Generación perdida, que retrataron el hedonismo de los años 20 -la era del jazz o de las vanguardias, nacida tras el horror de las trincheras- y la alocada vida de la juventud de entreguerras.

Helsinki y luego París son los escenarios en los que se desenvuelven los tres protagonistas de la novela, el periodista Hart, que ejerce de narrador, el cínico poeta Hellas, seria, secretamente enfermo, y la rica, hermosa y desocupada Caritas, un "ave migratoria perpetua" que se mueve entre ambos u otros con alegre desenvoltura, en busca del "placer auténtico". Sobre las peripecias del triángulo, en gran medida discursivas, Waltari sabe reflejar el reverso oscuro de una efervescencia que tenía fecha de caducidad -"vivimos al borde de un precipicio", dice la muchacha- y aflora entre los diálogos chispeantes o pretenciosos, siempre al cabo descreídos pero paradójicamente ingenuos. "¿Qué tenemos en común con la virtuosidad de la forma clásica, la mitología griega, Pan y las alondras?", se pregunta el poeta, con la retórica rupturista del tiempo de los ismos, que celebraba el entusiasmo y la energía por encima de los "viejos estímulos". Los personajes son veinteañeros que se sienten acabados, heraldos de una nueva edad que no llegarán a conocer. Poco a poco, sin embargo, la historia abandona la levedad para internarse en el melodrama y es el "amor puro, creador de una nueva vida" -la gran ilusión a la que se refiere el título- el que se impone a la música de los gramófonos. La modernidad es de este modo el decorado para una tragedia de corte romántico que da la razón a las palabras premonitorias de Hellas: "Y no existe paz más que en la muerte".

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