Cultura

Soliloquio del inconforme

  • 'Reflexiones del señor Z'. H. M. Enzensberger. Trad. Francesc Rovira. Anagrama. Barcelona, 2015. 152 páginas. 14,90 euros.

Es famosa la anécdota que une a Diógenes el Cínico con Alejandro Magno bajo la luz de la Hélade. Cuenta Diógenes Laercio que, estando un día el filósofo tomando el sol, se le acercó Alejandro Magno y le dijo: "Pídeme lo que quieras". A lo cual respondió el otro: "No me hagas sombra". Para que esto ocurra debe existir una gruesa capa civilizatoria que tolere y produzca tales ocurrencias. Para que eso suceda, es necesario que Alejandro, dueño del orbe, haya sido pupilo de Aristóteles. Algo así cabría pensar de Enzensberger -del personaje de Enzensberger- y de estas Reflexioes del señor Z. Para que cobren su sentido los epigramas que aquí se recogen, hace falta que la civilización, que su monstruosa corpulencia, hayan hecho cuerpo con el espectador que la cuestiona y la deplora.

No otra cosa es este señor Z. que la vieja figura del pensador que se alza sobre el vívido espesor de su siglo. Sin duda, es una figura necesaria. Pero no por su posición adversa, tan previsible; sino porque en su adversidad, porque gracias a su actitud polémica, el mundo se ofrece, nuevamente, como un enigma deslumbrante. Para que exista Nietzsche, es obligado que antes haya existido Voltaire. Y antes que Voltaire, es necesario que hayan concurrido, en alarde civilizatorio, Agustín de Hipona, Isidoro de Sevilla y un viejo y fenomenal Heráclito. Para que exista la ironía de este señor Z., pensador aficionado en los parques del norte, ha tenido que producirse un fenómeno crucial, a veces inadvertido: dicho fenómeno no es otro que la atención a los pensadores, cuya importancia (cuyo ambiguo influjo), cobra verdadero sentido a partir del siglo XVIII. ¿En qué siglo querría inscribirse y alentar este señor Z. de Enzensberger? Sin duda, en el siglo XXI. Es en este siglo donde su protesta, donde su incomodidad, donde su modesto prestigio, adquieren relevancia. Aquel Diógenes del siglo IV a.C., como quisiera denunciar la vanidad de Plantón, gritaba: "Pisoteo el orgullo de Platón". A lo cual respondió con malicia el interpelado: "Con otro orgullo, Diógenes". Quiere señalarse, pues, que han sido necesarios veinticinco siglos para que el urinario de Duchamp se entienda como una obra de arte.

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