Lola Flores. Sociología de la Petenera | Crítica

Umbral versus Lola

  • Zut publica, en minuciosa y exhaustiva edición de Juan Bonilla, el 'Lola Flores. Sociología de la Petenera' que Francisco Umbral publicó en 1971, y que ahora viene enriquecida con posteriores artículos del autor dedicados a la Faraona

Imagen de Francisco Umbral en los 70

Imagen de Francisco Umbral en los 70

Damos aquí a versus el mismo significado que tomó Cela para su Cristo versus Arizona. Esto es, Cristo hacia Arizona, Umbral hacia Lola Flores, convergiendo con la Faraona en una vasta curva histórica que fija a ambos artistas en la España incipiente de los primeros 70 (la obra se publicó en el 71), y en la que se aprecia ya una púdica, pero evidente, nivelación con el resto de Europa, perceptible en la intención misma de la obra: hacer sociología y crítica del folklore. Una sociología y una crítica, por otra parte, en la que Umbral practica una cautelosa y distante mordacidad, dirigida al imaginario cultural de la España tardofranquista, y en la que ambos, sin embargo, biógrafo y biografiada, quedan insertos en el mundo celérico y cuantitativo de la sociedad del masas. Del mass-media.

En este 'Lola Flores' de Umbral, el tono ensayístico se sobrepone al folklore y el menudeo de datos

Antes de acometer dicha obra de encargo, Umbral ha publicado ensayos biográficos destinados a Larra, a Lorca, a Valle-Inclán, a Lord Byron, a Marisol, a su maestro Delibes. Lo cual nos permite vincular fácilmente esta faceta de Umbral con el biografísmo urgente y circunflejo de Gómez de la Serna (deudor intelectual de Ortega); y también, de un modo menos obvio, con la canónica obra de Sartre sobre Baudelaire, en la que el tono ensayístico se sobrepone al menudeo de datos personales, y en la que existe una ambición de totalidad, una vocación unitaria, que en el poeta francés era una repulsa de lo natural, y en esta Lola Flores de Umbral pudiera ser un repentismo de raíz ibérica -algo así como una teoría del lelere-, que acaso podamos vincular con el ya mencionado Ortega. ¿En qué sentido? En el sentido que le da Ortega a su concepción de lo popular en Goya, y que el propio Umbral cita en varias ocasiones (me refiero a los Papeles sobre Goya del filósofo madrileño), donde cabe establecer un doble paralelismo, tanto en lo que concierne al peso de lo popular en su obras respectivas, como a la extracción humilde, a la débil educación de los biografiados. De ahí concluirá Umbral una estética del desclasamiento, en la que Lola Flores es, a un tiempo, margen cultural y ápice mítico de una realidad jerárquica e inmóvil, fundamentada en la mitología patria.

Una mitología, por otro lado, cuya presencia en la sociedad han variado sustancialmente. El hilo cultural que une con naturalidad a Goya con Picasso, y a todos con una España taurófila y castiza, en la que brillará, a su modo, Lola Flores, hoy no se concebible con igual evidencia. De hecho, esta sociología de la Petenera está construida contra un apriori que hoy apenas existe. Y no me refiero, claro, a la España tardofranquista que se hallaba, entonces, en sus amenes; sino a cierta corpulencia de lo popular, a su salubridad indiscutida, que alcanza en Lorca su más alta maniera, y ante la que Umbral dispondrá una visión cultural más reposada, más convencional, más “meritocrática” si se quiere, pero menos vinculada al escalofrío y al lerele. Probablemente, repito, Umbral haya extraído de Ortega esta imagen de lo folklórico como una mezcla de aristocratismo y plebe, unidos por lo castizo, y cuya finalidad no era otra que una cómoda perpetuación de las jerarquías, audible en aquel “¡Vivan las caenas!” fernandino. No podemos decir lo mismo, como es obvio, de su concepto de desclasado en la folklórica, cuyo linaje es manifiestamente otro.

En este sentido, el lector acaso esté tentado de encontrar un resto autobiográfico en el Umbral que aborda este desclasamiento de la artista impar, cuyo relieve es eco de una menesterosidad de origen. En esta sociología de Lola Flores, lo que se evidencia, al cabo, es tanto un árido escrutinio de la España de posguerra donde crecieron ambos, como esa otra España tecnocrática, mucho más próspera y habitable, donde ambos alcanzarán la fama. Entre medias, queda expuesto el distinto modo de inventarse, de empuñarse a sí mismo, con el que uno y otro acuñarán su efigie. Umbral, al modo de un joven escritor cultivado, que se quiere hijo mayor del pensamiento europeo. Lola Flores, como una suerte de diosa precolombina, en la que se concitan la tradición, el tópico, el desgarro, la audacia natural y las clases acomodadas del Régimen. Se trata, en suma, de un doble retrato -Umbral visto por sí mismo, reflejado y conjurado en Lola Flores- en el que la adusta mordacidad formal no oculta, en modo alguno, una robusta admiración de fondo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios