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Veranos con bicicleta

  • El holandés Wilfried De Jong condensa en 'Niebla en el Mont Ventoux y otras historias de ciclismo', un libro de lectura deliciosa, la esencia dramática de este deporte de locos solitarios

Dos ciclistas durante la ascensión al Tourmalet en el Tour de Francia de 2016.

Dos ciclistas durante la ascensión al Tourmalet en el Tour de Francia de 2016. / d. s.

Que ha llegado el verano se nota no ya porque apriete la calor o los niños acaben el cole y sólo digan "me aburro, me aburro" compulsivamente, haciendo caer a sus padres en la falsa ilusión de que ellos, a su edad, no se aburrían igual, sino porque en la tele aparecen unos tipos de blanco, con pañuelico rojo al cuello, corriendo muy de mañana delante de varios toros y porque después del almuerzo, en el letargo de la larga sobremesa, aparecen otros tipos, enfundados en maillots y cabalgando sus bicis por las carreteras de Francia. Julio, el mes del Tour, es el mes del ciclismo por antonomasia en España. Lo cual (que no lo sea el mes de la Vuelta, o que nuestro mejor ciclista de la historia jamás ganara la ronda hispana) dice mucho de los españoles...

Niebla en el Mont Ventoux y otras historias de ciclismo es el largo título con que esta editorial ha decidido traducir el original holandés hasta ahora inédito en español (El hombre y su bicicleta) de Wilfried De Jong, escritor, actor y presentador (Rotterdam, 1957). En él se recogen 23 piezas en torno al mundo del ciclismo. Son de variado tamaño y de distinto contenido, aunque se pueden agrupar según sus temas.

Las piezas más largas, y quizá las más conseguidas desde el punto de vista narrativo, son Niebla en el Mont Ventoux, Stickers, Curva y Desnudo con rueda. Todas son protagonizadas por el propio De Jong. En la primera, para celebrar su 50 cumpleaños, decide ascender el mítico Mont Ventoux, donde -ha hecho ahora medio siglo- perdió la vida Tom Simpson en plena etapa del Tour. Logra transmitir el cansancio, la agonía ante el reto imposible, la ilusión de su hijo de 10 años por ver cómo su padre consigue lo que se ha propuesto. Una pieza fantástica. En la segunda, el autor alquila una bicicleta en Nueva York y se topa con un típico colgado yanqui, también aficionado al ciclismo, que no le enseña la ciudad pero sí le muestra una de las caras de la locura, a cuyo través quizá se conozca mejor esa ciudad que subiendo a la Estatua de la Libertad. En la tercera, un De Jong entusiasta baja a 90 km/h una carretera italiana cuando en una curva se le va la bici y acaba encima de unas zarzas, en la cuneta, con un hombro dolorido. Sin móvil, invisible para los pocos coches que pasan, decide arrojar el bidón de agua cuando pase otro vehículo para llamar su atención. A punto está de provocar un accidente, porque el siguiente en pasar es una vieja moto conducida por un señor de mediana edad. Logra que pare y, tras atenderlo, consigue que lo lleve al hospital adonde se dirigía el motorista, pues su señora se ha puesto de parto. El ciclista no tiene el hombro roto, pero el niño nace prematuro. En la última, que cierra el libro, se cuenta la peripecia del autor una muy fría mañana en la que posa desnudo para un fotógrafo en el mítico pavés de la clásica Lieja-Bastoña-Lieja. Una de las fotos que le hace es la portada del libro.

Junto a estas piezas hay otras más de ficción, o que bien pueden leerse como pequeños relatos. Mona Lisa, Montalto o Jim Shane Fine son narraciones protagonizadas por ciclistas que se pierden y encuentran a una especie de ángeles de la guarda que les hacen pasar una jornada mágica, memorable.

El segundo capítulo más conseguido literariamente es el de los reportajes o crónicas sobre figuras míticas de la historia del ciclismo o sobre episodios concretos de ésta. Una vueltecita con Jan Janssen, Cicloporno, Los centímetros de Merckx, El desván de Bartali, Fausto ha muerto o Addio, Marco pertenecen al primero y en ellos cuenta la buena forma de Janssen, ganador del Tour del 68 (llevaba un hueso de ciruela en la boca para generar saliva: eran tiempos con menos asistencias y pocos bidones de agua), la relación casi erótica entre Bahamontes y la bicicleta con la que ganó el Tour del 59, la obsesión del caníbal Merckx por tener el sillín a la altura correcta, la añoranza del gran Bartali viendo sus recuerdos desde las puertas de la muerte (hay otra pieza sobre Bartali, pero no se habla de cómo salvó a más de 800 judíos y jamás lo contó) o las muertes tempranas, trágicas, de los que quizá hayan sido los más épicos escaladores de la historia del ciclismo: Fausto Coppi y Marco Pantani. Las crónicas sobre episodios concretos y recientes del ciclismo, como Espíritu Santo, Corbata siciliana, Bulgaria o Estúpido, estúpido, estúpido, demuestran que este escritor también sabe moverse en la distancia del artículo breve, donde saca a relucir una ironía cáustica, tanto que llega a decir, sin decirlo, cómo iban de dopados todos los participantes en cierto Tour no muy lejano.

Este libro es una delicia para cualquier aficionado al ciclismo. Sabe contar la esencia dramática de este deporte de locos solitarios. Porque, aunque aparente otra cosa, como dice el autor tras asistir al entierro de Pantani, el ciclismo es un deporte de locos solitarios que andan siempre luchando contra sí mismos, sin saber muy bien por qué, para qué.

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