El rastro de los rusos muertos | Crítica

El Gran Juego

  • En este libro de Vicente Vallés se reproduce, dos siglos más tarde, aquél 'Gran Juego' de Kipling, protagonizado por el espionaje imperial, cuya zona de acción se ha trasladado, sin embargo, desde el Asia colonial al Occidente post-colonialista

El presidente de Rusia, Vladimir Putin.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. / D. S.

El Gran Juego, expresión que Kipling popularizó en Kim, se hacía referencia a una realidad en absoluto literaria: la formidable lucha a oscuras, vale decir, mediante sus servicios de inteligencia, que en el XIX emprendieron el imperio ruso y el imperio británico por el control de Asia. En este combate de sombras, que tanto fascinó a Borges, no sólo cupieron el asesinato y el soborno, junto a otras artes innobles propias del género. También tendrá su lugar, y no en menor medida, un arma extraordinaria, de venturoso porvenir: la desinformación y la propaganda. Esto mismo que hoy conocemos por fake news, pero que acaso tiene su primer éxito en los libelos y grabados injuriosos de la Reforma protestante (Holbein y Cranach fueron una ayuda crucial para Lutero), es lo que Vicente Vallés expone, entre la erudición y el vértigo, en esta obra cuyo subtítulo indica la cuestión de fondo, Occidente en manos de Putin.

Una cuestión que atañe, como sabemos, no sólo a la campaña de Trump, a las elecciones del Brexit o el referéndum de Cataluña, sino que implica un minucioso descrédito de las democracias occidentales; y en concreto, de la UE, cuya disolución se persigue. La silueta que se dibuja tras este abrumador acopio de datos y cadáveres es la silueta de un autócrata, Vladimir Putin, cuyo poder se extiende y se inmiscuye en la vida occidental con la eficacia de una plaga.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Con lo cual, resulta inevitable recordar aquí dos libros, estrechamente relacionados con dicho asunto: uno primero, El mito de la conspiración judía mundial, mito que tanto éxito encontraría en la Alemania de los años 20-30, pero cuyo origen hay que buscar en el profundo antisemitismo de la Rusia de Alejandro III y Nicolás II, y en las operaciones de la Ojrana, el servicio secreto ruso, en el París decimonono. Y una segunda obra, más reciente, el Sonámbulos del historiador australiano Chistopher Clark, donde se especifica la intensa labor erosiva del imperio ruso, como agente instigador de los nacionalismos balcánicos (el nacionalismo serbio, principalmente), y en consecuencia, su papel decisivo en el comienzo de la Gran Guerra.

Se trata, pues, de la continuación del Gran Juego, de la búsqueda del predominio geopolítico por parte de una gran potencia; y en concreto, de las acciones promovidas (siempre supuestamente, claro), por la Rusia de Putin. En este sentido, el título de esta investigación, narrada como una angustiosa novela policial, no encierra exageración alguna. El rastro de los rusos muertos es, en puridad, un llamativo reguero de muertes naturales y misteriosos atentados que inducen, cuando menos, a una duda razonada y razonable.

El periodista Vicente Vallés (Madrid, 1963). El periodista Vicente Vallés (Madrid, 1963).

El periodista Vicente Vallés (Madrid, 1963). / José Ángel García

A esto debe añadirse la abultada presencia de las mafias rusas, así como el abrupto florecer de magnates y comisionistas tras la caída del Muro. Son particularmente interesantes (por cuanto nos atañe de modo más inmediato), los episodios donde la Justicia española y el CNI se ven envueltos en esta lucha inmisecorde, que incluye algún chalet en Sotogrande, el envenenamiento por polonio 210 y un buen número de suicidios, extrañamente oportunos.

También deben consignarse aquí, y así lo hace Vallés, las injerencias norteamericanas en la política rusa, sin olvidar que nos hallamos ante los vestigios visibles de una vasta arquitectura soterrada, sobre la que se está construyendo el nuevo mundo: un mundo que incluye como actor principal a China (recordemos los constantes avisos del escritor Henning Mankel sobre la silenciosa colonización del África oriental por parte del Gobierno chino); lo cual parece que ha inclinado a Rusia a centrar sus intereses, como entonces, en sus vecinos occidentales y en el Oriente Medio.

¿Es Vladimir Putin el instigador de tales acciones, encaminadas tanto a su beneficio personal como a un difícil predomino en Eurasia? ¿Es Trump el hombre escogido, el hombre promocionado secretamente por el Kremlin, para desactivar la vieja hostilidad norteamericana hacia la política exterior rusa? De lo leído en estas páginas se puede deducir una respuesta positiva. Pero también, y esto ya no es mera especulación, la existencia de una guerra inmergida y agónica, la guerra de los servicios de inteligencia, donde se juega la pervivencia misma de los países. En el caso de Europa, su pervivencia democrática. Y ello contra el más sutil y fantasmagórico de los enemigos: la propaganda, la seducción ideológica, la distorsión de la realidad, brillantemente deformada, para propiciar el cambio de la realidad misma.

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