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De amor e inquilinato

La acertada definición de Rafael Azcona como mejor guionista de la historia del cine español y su casi abandono de la literatura en la que había dado sus primeros pasos, ha podido oscurecer las novelas, reescritas al final de su vida, con las que se dio a conocer en los inicios de un itinerario asociado a un puñado de películas imprescindibles entre las que destacan Plácido y El verdugo, verdaderas obras maestras que le deben a él tanto como a Berlanga. Reeditada por Cátedra en su Biblioteca del Siglo XX, la nueva edición de El pisito (1957) -su adaptación para el filme de Marco Ferreri (1959) marcaría el comienzo de la trayectoria cinematográfica de Azcona- mantiene el excelente estudio preliminar donde Ríos Carratalá analiza la novela -lo que leemos es la tercera versión de finales de los 90- y la obra literaria de un autor famosamente discreto que se resistía a asumir cualquier forma de protagonismo.

Genialmente definida por el propio Azcona en el subtítulo, El pisito es una "novela de amor e inquilinato" que trasciende con mucho la radiografía sociológica de la España que refleja -un Madrid paupérrimo, marcado por la escasez y la carestía de la vivienda provocadas por el éxodo rural- para ofrecer un retrato memorable, ácido y amargo, de la resignación o el conformismo ejemplificados en la pareja de novios añosos que acceden a formar una suerte de trío a la espera de heredar el modesto domicilio de una viuda que parece eterna. Apoyada en un oído finísimo, perceptible en los diálogos, y en su don innato para la comicidad, la narrativa de Azcona es clara heredera de la tradición satírica en la que confluyen la picaresca y el esperpento, pasada por una forma de costumbrismo que rehúye los tonos amables en los que incurrieron los representantes más inocuos de la corriente neorrealista. Su marca es un humor negro que brota del escepticismo y no elude la crueldad, a la vez que transmite -sin permitirse juicios o moralejas- una visión crítica que jamás condesciende al adoctrinamiento.

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