Cultura

El arte de la memoria

  • 'DISCURSO EN LA ACADEMIA SUECA'. Patrick Modiano. Trad. María Teresa Gallego Urrutia. Anagrama. Barcelona, 2015. 40 páginas. 6,90 euros.

Del discurso de Modiano en Estocolmo, publicado ahora por Anagrama, cabe decir lo primero que se ajusta a lo esperable de un autor que habla -o escribe- como en voz baja, huye de las enojosas generalizaciones en favor de lo concreto y no busca, al contrario que esos pomposos especímenes de ademanes cardenalicios, dar ejemplo de nada. Sencillas, claras, transparentes, las palabras de Modiano en ocasión tan solemne, no menos que su timidez o su modestia no fingida, definen la actitud reservada, discreta e incluso huidiza de un escritor poco amigo de la exhibición mediática, que defiende aquí mismo "esa porción de intimidad y secreto" cada vez más difícil de preservar, en la era de la interconexión permanente.

El trabajo del novelista, nos dice, consiste en imaginar y mostrar "lo que se oculta tras las apariencias", a la manera de los videntes o los visionarios, pero no de una forma expresa sino clavando, como los acupuntores, sus agujas en lugares escogidos, de modo que "el flujo se propague por el sistema nervioso" de los lectores. Como respondiendo a quienes señalan la recurrencia de su mundo o el aire de familiaridad que guardan entre sí todas sus novelas, habla Modiano, a propósito de la relación entre la escritura y la música, de "los mismos fragmentos melódicos" de una partitura que reaparece, casi inconscientemente, de un libro a otro, variaciones de "un tapiz tejido en estado de duermevela". Aparecen el París de la Ocupación -una de sus obsesiones literarias, que define como "una noche primigenia" a la que debe el nacimiento, fruto de aquellos años sobre los que cayó un manto de silencio- y más allá de esa época maldita la geografía de la ciudad que exploró en incontables paseos, sobre cuyas calles se van acumulando las vivencias en "capas sucesivas", como en un palimpsesto, o el hábito de hojear las viejas guías telefónicas donde se pueden escuchar "las voces de los cadáveres", según la acuñación de Mandelstam. El dictamen del Nobel celebraba el "arte de la memoria" y Modiano -él mismo lo cita- precisa que ya no es posible ejercerlo igual que en tiempos de Proust, sino sólo de una forma, que es la suya, aproximada o fragmentaria, con palabras que son como "icebergs perdidos".

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