Cartas de amor a Jenny Colon | Crítica

Amor e idolatría

  • Traducidas por César de Bordons para Wunderkammer, las cartas de Gérard de Nerval a su amada Jenny Colon documentan una pasión inextinguible que apenas fue correspondida

Gérard de Nerval (1808-1855) retratado por el fotógrafo Nadar.

Gérard de Nerval (1808-1855) retratado por el fotógrafo Nadar.

Justamente celebrado como el más genuino entre los románticos de la Francia, el atormentado Nerval –"Yo soy el tenebroso, el viudo, el desolado / príncipe de Aquitania en su torre abolida..."– lo es también como claro precursor de la escuela simbolista y aun del surrealismo, avanzado por la fuerza visionaria de un discurso que ensanchó la realidad al adentrarse en los territorios del sueño, en busca de esa "segunda vida" a la que alude el memorable comienzo de Aurelia. Es fama que el manuscrito de esta narración, una verdadera joya, fue encontrado por los amigos del poeta después de su suicidio, pero se recuerda menos que entre sus papeles figuraban asimismo las arrebatadas cartas que Nerval dirigió a Jenny Colon, la adorada actriz, también prematuramente fallecida, que había inspirado su obra maestra.

Jenny Colon (1808-1842) caracterizada como Silvia en la obra 'Piquillo' de Nerval. Jenny Colon (1808-1842) caracterizada como Silvia en la obra 'Piquillo' de Nerval.

Jenny Colon (1808-1842) caracterizada como Silvia en la obra 'Piquillo' de Nerval.

Las cartas transmiten una impresión de verdad que no se contradice con su exaltada retórica

Presentadas en la pulcra versión del joven traductor y dramaturgo César de Bordons, que hace poco nos entregaba unos relatos de Verlaine también inéditos en castellano, esas cartas pueden leerse ahora en la exquisita edición de Wunderkammer, que acompaña el epistolario de una informada noticia de la editora, Elisabet Riera, y añade en sendos apéndices el relato en el que Théodore de Banville recreó la relación entre Nerval y su amada –a partir de la poderosa imagen del dormitorio trabajosamente amueblado al que nunca acudió Jenny– y un lúcido ensayo de Juan Eduardo Cirlot, gran devoto del francés, donde el autor del ciclo de Bronwyn analiza el pensamiento de Nerval y su idea del amor como una aspiración trascendente. Sean restos de la correspondencia personal del escritor o ejercicios literarios, como han sostenido algunos estudiosos, las cartas transmiten una impresión de verdad que no se contradice con su exaltada retórica. El ánimo cambiante, la frecuente desesperación, las emociones desgarradas de Nerval, maldito antes de los maudits, expresan el sentimiento de una época que retrató la pasión como una forma de idolatría. En la última de las misivas, mucho antes de ahorcarse en una calleja de París, el amante despechado anuncia "aquella muerte trágica –en palabras de Banville– por cuyo recuerdo aún lloran nuestras almas".

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