Fernando Aramburu. Escritor

"La culpa es del narrador, yo no soy tan cruel con mis personajes"

  • El donostiarra presenta en Sevilla y Málaga la novela con la que ganó el Biblioteca Breve, 'Ávidas pretensiones', un despiadado retrato de la búsqueda de la gloria literaria por un grupo de poetas.

Un grupo de poetas se reúne en las jornadas que, como cada año, acoge el convento de las hermanas espinosas de Morilla del Pinar. No importa que la cita se celebre en un lugar dado al recogimiento: allí va a librarse una guerra encarnizada entre los realitas (sic) y los metafas (diminutivo de metafísicos), y aflorarán los sentimientos más primitivos, las ridículas exhibiciones de egocentrismo, los rencores enquistados y los deseos más tórridos. Un antólogo al que casi todos desprecian por no haber atinado en su selección, un anciano ciego que se acompaña de una jovencita a la que todos querrán llevarse a la cama, unos defensores de la belleza poética que buscan la iluminación en unos hongos psicotrópicos o una escritora apegada a su dolor hasta hacer incómoda su presencia a los demás son algunos de los invitados a este encuentro que ha surgido de la imaginación de Fernando Aramburu. El donostiarra ha presentado estos días en Sevilla y Málaga, de la mano del Centro Andaluz de las Letras, Ávidas pretensiones (Seix Barral), el retrato sin piedad, aunque también con cierta ternura, del mundo de la lírica con el que el autor obtuvo el Premio Biblioteca Breve.

¿Es el mundo de la poesía, con sus aireados y endogámicos enfrentamientos, más proclive a las rivalidades que la prosa? "Veo que la conversación es más profesional en la novela, que hablamos de recursos literarios o de viajes que has hecho. Cuando convives con poetas parece que están enfadados porque no has leído sus libros", contesta. Más tarde, sopesando esa respuesta, recurre a esa tímida compasión que aparece por momentos en su obra. "En un poeta, el elemento humano está mucho más visible que en los otros. Es alguien que se la juega, a quien juzgamos por algo tan personal, tan íntimo, como su sensibilidad para crear belleza, su capacidad para trabajar el idioma. Cuando criticamos a alguien que ha hecho una silla y decimos que es un chapucero, no estamos valorando un trabajo en el que ha puesto tanto de sí mismo".

Al autor de Los peces de la amargura no le interesan "en absoluto" esos bandos que a veces se forman en la literatura porque "la noción básica que tengo de la escritura es la de un ejercicio personal en el que el autor cuenta su experiencia del mundo, leer esa visión distinta a la nuestra es la que nos enriquece. Que unos señores se unan en un grupo no tiene mucho sentido", argumenta sobre unas "dualidades que ya existían en el Siglo de Oro, cuando estaban la escuela sevillana y la salmantina" y que, quizás, sean una consecuencia de ese cainismo de los españoles. "Sólo hay que pensar en el 14, en la Primera Guerra Mundial: nosotros no participamos y estábamos divididos. Aquí somos de izquierdas o de derechas, monárquicos o republicanos, con esas divisiones ya tenemos suficiente. Es un poco triste, porque en eso se pierden cantidad de matices", lamenta.

Sería fácil identificar a los auténticos escritores que inspiran los personajes que habitan Ávidas pretensiones... si no fuera porque Aramburu niega que se base en autores reales. La confusión, en todo caso, "es un juego que yo he activado conscientemente", reconoce. No hay más que abrir el libro para comprender su propósito de despistar al personal: "A fin de preservar su vida y la integridad de sus modestos bienes, el autor ha tenido la cautela de asignar nombres ficticios a los actores de la presente crónica. Lo mismo y por la misma razón ha hecho con algunos lugares que pudieran resultar fácilmente reconocibles. El resto es todo verdad". Y lo que ocurre, explica el novelista en persona, "es que ya no hay lector que no intente buscar quién se esconde detrás de cada personaje. Ese punto morboso es deliberado, pero está llegando a tal extremo que cuando termino las entrevistas, los periodistas quieren saber: Bueno, ya entre nosotros, este personaje es éste, ¿verdad? Y para mí es una gran alegría, es como cuando Don Quijote destroza el teatro de títeres porque lo confunde con la realidad". El escritor insiste en que "no pensé en nadie en concreto. Lo que pasa es que la complejidad humana es variada, pero es difícil que determinados comportamientos no nos recuerden a alguien", se excusa.

Eduardo Mendoza, miembro del jurado que decidió el Biblioteca Breve, afirmó que Aramburu se había "desmelenado" con esta narración. No es la primera vez que opta por el humor, aunque Ávidas pretensiones sí es la obra más disparatada que ha presentado, y la más paródica y grotesca en el retrato de las miserias de sus criaturas. "La culpa es del narrador. Yo habría respetado un poco más a mis personajes, pero él era una especie de saboteador, que saca de la gente sus facetas más ridículas, que tampoco se toma en serio el lenguaje y usa palabras que no están aceptadas", se justifica el creador vasco. El tono gamberro no impide que se traten con respeto algunas de las peripecias de los protagonistas: uno de ellos, Amalia Solórzano, perdió a su hija en los atentados de 2004. "Hay tramas que tuercen la sonrisa. Y ese tramo, el de Amalia, es mi favorito, me parece potente desde el punto de vista humano y tengo la impresión de que el narrador pierde ahí su batalla. Nunca me mofaría del dolor ajeno".

Sobre el humor, Aramburu admite distanciarse de la comicidad más propia de Bilbao, "que se basa en la hipérbole, y a mí no me hace gracia", y se decanta por "el humor guipuzcoano, que es el de la retranca, el que no se nota a la primera pero que lleva púas que acaban pinchando". Un humor que considera uno de los legados de su padre, que "casi siempre se ridiculizaba a sí mismo", algo que para el autor es "una lección moral".

Con este libro, Aramburu confiesa haber sentido que se "estaba pasando", pero no quiere dar importancia al giro que ha dado. "A mí me complace tocar varios palos, probar cosas, ponerme retos", expone. "Es probable que la siguiente sea distinta: uno tiene la ávida pretensión de no ser previsible. Eso tiene un riesgo, que a veces el lector se molesta porque no le he dado lo que quiere".

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