Marina Perezagua. Escritora

"Me gusta subvertir lo terrible, convertirlo en un acto de amor"

  • Dos años después de su prometedor debut, la escritora sevillana publica 'Leche', un conjunto de relatos turbadores, crueles y hermosos.

En la intimidad ominosa, en una habitación desvanecida y sórdida donde se puede oler, casi, la descomposición de la carne, una mujer se rompe un poco más por dentro, sin dejar de entregarse al cuidado de un cuerpo querido y destrozado, irreconocible. "La duda duele menos que la esperanza", se dice, antes de seguir buceando a pulmón en las aguas turbias del miedo: "No sé por cuánto tiempo podré seguir considerándolo un hombre". Llenos de sutiles y hermosos relámpagos, que a la vez iluminan y asustan, los últimos cuentos de Marina Perezagua (Sevilla, 1978) reunidos en Leche renuevan la extraña e hipnótica fascinación que suscitaban los incluidos hace un par de años en su debut, Criaturas abisales, ambas obras publicadas por Los Libros del Lince.

"Mi acercamiento a la literatura es muy intuitivo. Cuando termino un libro me doy cuenta del trasfondo simbólico, incluso teórico, de lo que he hecho... pero cuando me siento a escribir no tengo ningún proyecto, ningún mensaje que dar, sólo me preocupo de lo que los personajes tengan que decir, y de que lo digan, porque esa sinceridad es muy importante. Sí que tengo una especie de militancia con el cuento como género, no como aquello que se escribe cuando no se escribe una novela, sino como algo a lo que me quiero dedicar toda la vida. Pero al margen de eso no siento que tenga, digamos, un corpus teórico", dice la escritora sobre el conjunto de sus relatos, en rigor aún naciendo como proyecto literario, pero no obstante atravesado por una personalidad poderosa y madura: hecha ya.

La escritura depurada y tersa, que por su precisión vibra muchas veces con potencia poética, también su gran sentido del ritmo, así como el sustrato mitológico de sus historias circulares y fundacionales y su poética de la perversión, de la crueldad, de la violencia, de lo raro y esquinado y terrible y sin embargo hermoso y hasta embriagador y erótico aun de manera incomprensible; su prosa deliciosa, en definitiva, y su sentido de lo que implica contar (bien) una historia, llamaron la atención de críticos y lectores aventureros desde su primer libro. Ella, dice, "no esperaba tanto".

"Ni con aquél, ni tampoco con éste. Quiero decir que no afecta a mi proceso de escritura. Porque realmente yo no sé concebir la vida de otra manera: tengo que escribir. Obviamente, si tengo éxito, pues moralmente voy a estar mejor, pero no siento presiones, ni negativas ni positivas, porque yo sé que este es un trabajo solitario, que esto es un proceso largo, y bueno, si viene el reconocimiento pronto, pues muy bien, y si no también, porque de todos modos no voy a hacer otra cosa", dice la escritora sevillana, que pasa unos días en la ciudad, donde se licenció en Historia del Arte, antes de volver a Nueva York para seguir adelante con su doctorado en la Universidad de Stony Brook.

El asunto de su tesis, la intersexualidad y su huella en la historia de la literatura -una investigación en la que está contando con la ayuda entusiasta del novelista Jeffrey Eugenides, autor de Middlesex o la muy reciente La trama nupcial- está presente en algún cuento de Leche, y más allá de esta coincidencia, constituye una muestra más de su interés por todo aquello que se desvía de la norma, incluso por el conflicto que no existe aún del todo aunque empieza a esbozarse, su mirada penetrante a las grietas que se abren en la superficie de la normalidad, ese gigantesco artificio pactado por nadie y por todos. Son rasgos fundamentales para entender el territorio de tensiones y pulsiones -tan extremo como delicado, y tan sutil pero salvajemente reflejado en la acuarela de Walton Ford que sirve de entrada al libro- desde el que Perezagua escribe, su centro gravitatorio.

"No sé por qué es así, porque no lo hago a un nivel consciente. Creo que me preocupa mucho dar voz a aquellos personajes que tradicionalmente no la han tenido. En este libro -dice sobre el cuento que abre el volumen, Little Boy- doy voz a una víctima de Hiroshima, que ni siquiera en Japón ese tema se puede tocar, o a un minotauro aunque sea una criatura de ficción. Me imagino que es una necesidad de expresar el dolor de aquellos a los que se intenta callar porque son minoría, una defensa del débil. Me gusta el buceo en la vida real, sí, y en las personalidades. Me gusta buscar los límites de todo, de la conciencia, de la crueldad, del amor, ir siempre un poco más allá, tanto como pueda".

"Algo late, algo vive, algo es, entre los escombros de nosotros mismos", escribe Ray Loriga sobre el fondo invariable de estos relatos. "Frente a la dureza de sus arrugadas texturas, la escritura de estas tenebrosas narraciones ofrece la firmeza de una voz inquebrantable, el ritmo austero y preciso de quien sabe por dónde anda, aunque camine por la oscuridad", prosigue el escritor en el prólogo del libro. Y es cierto que lo que emerge del horror, de las relaciones cortocircuitadas por la sospecha de algo aciago, hasta de la aberración, es vida, ese don indescifrable, "lo primero y lo último, lo inalienable, aquello que sobrevive a la bomba, al fuego, a la destrucción física y anímica que la experiencia nos inflige a traición y, como siempre, por la espalda", como apunta Loriga. "Me gusta mucho esa subversión de lo que en un principio es terrible y al final puede acabar salvándote o siendo un acto de amor. La escritura como resistencia", dice la autora a propósito de Leche, el cuento que da título al conjunto, una de cuyas historias está basada en un hecho real del que ella supo por una superviviente de Nanking, la ciudad china masacrada por el ejército japonés en 1937.

En El alga, la turbadora historia con final de promisión y escalofrío de una mujer que experimenta el desfile de sus seres queridos (o no) para despedirse a solas de ella creyéndola muerta, o en Aniversario, donde una hija acude después de muchos años a la casa familiar para ajustar cuentas con el padre, que reducido por la enfermedad no puede hablar para contrarrestar la exactitud del desdén de su visitante, la comunicación es tortuosa, si no imposible. Supone una constante en su obra, en la que se aprecia algo parecido a un acto de fe en la escritura para salvar esos abismos imprecisos. "Todo se salva a partir del lenguaje. Por eso intento mucho cuidar cada palabra, presto mucha atención a cómo decir las cosas, porque algunas son muy difíciles y sin cierto lirismo no se pueden digerir. Para mí, la palabra es sagrada de verdad. Siempre me acuerdo de unas cartas de Marina Tsvietáieva; decía que el amor está en las palabras y no en los hechos, cuando normalmente decimos lo contrario, ¿no? Yo estoy de acuerdo con ella. De hecho, pensamos porque hablamos...".

Ha leído alguna vez en reseñas y críticas que tiene una voz única, o distinta, y no le agrada, sobre todo no lo entiende. "Es que no lo soy. Simplemente soy honesta con lo que escribo. Es verdad que lees a muchos autores jóvenes y al final parecen lo mismo. A lo mejor el problema es que piensan en vender mucho, en el mercado, y ahí te pierdes", dice Perezagua, que escribe ahora una novela de dirección aún incierta: "En los cuentos soy muy obsesiva y lo mido todo al milímetro, me provocan mucha satisfacción, pero también mucha esclavitud. Así que la novela está siendo para mí un reposo".

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