Jordi Amat | Escritor y periodista

"Hasta la derrota del 'procés' es vivida por los independentistas como algo heroico"

  • El barcelonés narra en 'El hijo del chófer' la oscura historia del ascenso y caída del periodista Alfons Quintà, en paralelo a la crónica de los resortes que construyeron la hegemonía pujolista

El escritor y periodista Jordi Amat (Barcelona, 1978).

El escritor y periodista Jordi Amat (Barcelona, 1978). / Toni Albir (Efe)

Su decadencia duró tantos años, y fue sobre todo tan penosa, que nadie tenía presente ya a aquel tipo siniestro, pero entonces llegó su atroz final: el 19 de febrero de 2016, Alfons Quintà asesinó a su mujer y después se suicidó. Para entonces era un tipo manifiestamente desequilibrado, que vomitaba rencor y autocompasión en unos artículos de afanes visionarios y no siempre congruentes que le dejaban publicar en el Diari de Girona. Pero lo cierto es que en el pasado fue uno de los periodistas clave de la Transición en Cataluña: primero como el que destapó y asaeteó con saña a Jordi Pujol por el caso Banca Catalana –el muy significativo y familiar pecado original de ese "régimen dentro del régimen" que construyó el mesías de la nació–, después como el hombre al que el mismo Pujol le encomendó diseñar el buque insignia del aparato propagandístico de su régimen, TV3; y siempre, antes y después de ese chocante y decisivo giro, con las peores artes: del chantaje al acoso, nada de lo infame le fue ajeno.

Interesado por la cuestión de "cómo se escribe el mal" –cita en este aspecto como grandes inspiraciones El adversario de Emmanuel Carrère y El orden del día de Eric Vuillard–, Jordi Amat narra en El hijo del chófer (Tusquets) la opresiva historia de Quintà, una persona espeluznante casi sin interrupción –"era, en su relación con los demás, un monstruo", dice sin ambages–, pero en último término, aclara el escritor y periodista barcelonés, "la intención era mostrar, describir, después de una exhaustiva documentación, cómo se configuran los regímenes políticos, en este caso tanto el pujolismo como la España del 78". Y ya les anticipamos que de dichas maniobras orquestales en la oscuridad se sale bastante asqueado.

–Hay un único flanco desde el que, tal vez, podría comprenderse el carácter brutal de Quintá: el abandono del padre. Normalmente, ese ir respirando por la herida no sé si absolvería a cualquiera, pero sí lo humanizaría. Sin embargo no ocurre en este caso: todo es miseria moral...

–Cuando terminé el libro sentí que por fin me quitaba de encima la historia, básicamente porque a través de un personaje psicopático acabé sintiendo que llevaba dos años de mi vida en una cloaca. Y no es agradable, ni estar dentro, ni enseñarla. Me tranquilizó pensar que dejaba de estar ensuciándome las manos, sobre todo porque me preocupaba cómo tratar el asesinato, el dolor que podría causar a la familia de la víctima... Creo que el libro no es morboso, o eso me gustaría pensar.

–Escribe usted que, tras pensarlo mucho, llegó a la conclusión de que contar esta historia era "moralmente discutible, pero al mismo tiempo socialmente necesario". ¿Por qué?

–Yo no me habría metido a escribir un libro así si no hubiera ocurrido la tragedia que ocurrió, eso me parecía moralmente discutible, es moralmente discutible: te estás aprovechando de un dolor infligido para comenzar una investigación literaria. Lo que yo iba a contar era doloroso para mucha gente que se había relacionado con Quintà, y herir no es a lo que yo aspiro en la vida. Pero pensé también que precisamente la extravagancia de Quintà, extravagancia como poco, ayudaba a hacer creíble aquello que en general preferimos no creer sobre el funcionamiento de nuestra sociedad. Me refiero, por ejemplo, al uso que hace el poder del periodismo para invisibilizar los problemas, cómo el periodismo es un elemento necesario para la impunidad de los poderes. Y en ese sentido me parecía socialmente necesario.

–"La vida no tiene argumento. Lo inventan los biógrafos cuando elaboran sus ilusiones biográficas", escribe. ¿Cuál sería entonces el de Quintà?

–Yo diría que asistimos a la formación de un individuo que va acumulando resentimiento por múltiples causas a lo largo de su vida y no tiene otra manera de vivir con esa carga que no sea la venganza. Ese es el triste y trágico argumento de la vida de Quintà. Y precisamente ese afán de venganza en algunos momentos posibilitó que los lectores tuvieran una información muy valiosa para comprender la naturaleza del poder.

–No me diga que no tenía razón Kapuscinski cuando acuñó aquello tan bonito de que para ser buen periodista hay que ser buena persona...

–No sé si la palabra sería mejor, pero en la década del 74 al 84 probablemente no hubo en Cataluña un periodista más vibrante e influyente que Quintà. Dirige el programa radiofónico donde se da voz a la oposición democrática, luego asume la delegación del periódico clave en esos años, El País, y es el tipo que impulsa la empresa de comunicación más importante de la Cataluña democrática, que es TV3. Difícilmente alguien se hubiese interesado por él si no hubiese acabado como acabó, pero una mirada ecuánime sobre su trayectoria profesional debe llevarte a aceptar que, a pesar de ser un monstruo, durante esa década fue un tipo clave. Por lo demás, más que de Kapuscinski, yo soy de la escuela Janet Malcolm, que dice en el arranque de su libro El periodista y el asesino: "Todo periodista que no sea tan estúpido y engreído como para no ver la realidad sabe que lo hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno". Por desgracia para la consideración ética de los periodistas, eso tiene mucho de verdad, pero por suerte para la función democrática que deben ejercer los medios eso acaba siendo positivo para la sociedad. Digamos que hay un extraño pacto con el diablo.

–Hablando de pactos con el diablo: en el 82, Pujol de repente tiende la mano a uno de sus azotes más feroces, que venía dándole duro con informaciones de mucho calado sobre cómo Banca Catalana iba haciendo aguas cada vez más gravemente y señalando siempre además la responsabilidad personal de Pujol en todo ello. La motivación de Pujol al ofrecerle poner en pie TV3 es evidente, pero ¿por qué acepta Quintà?

–La leyenda urbana dice que Quintà había chantajeado a Pujol con información que tenía sobre el banco, pero es una leyenda que él mismo inventó y difundió. Para mí fue clave una conversación que tuve con el periodista Antonio Franco; me habló del momento en que Quintà asume que no será la persona que dirigirá la edición catalana de El País pese a que había presentado ya un proyecto a instancias de [Juan Luis] Cebrián [entonces director de El País] y [Jesús de] Polanco [propietario de la cabecera]. Y el momento en que se siente despechado, El País se convierte en otro enemigo más del que querrá vengarse. Y por tanto él, que aspiraba a ser el director de la edición catalana de un periódico, tiene la posibilidad de hacer algo mucho más grande. Aparte de su ambición, que muchas veces rozaba la megalomanía, eso le permitía demostrar a quienes no lo quisieron que él era más capaz que nadie.

–¿Cómo es posible que después de lo ocurrido con Banca Catalana Pujol no sólo se fuera de rositas, sino que se diera un baño de masas, con el pueblo como quien dice en llamas poniendo su pecho por él, y que además construyera un régimen intocable durante décadas?

–A mí mismo me sorprendió, mientras iba reconstruyendo todo aquello, cómo en aquel presente no hubo ningún ejercicio de crítica más profundo para comprender lo que estaba pasando. También es cierto que quienes intentaron hacerlo salieron claramente dañados, desde periodistas a fiscales. El fiscal José María Mena, cuando intervino en la comisión del Parlament sobre la corrupción del pujolismo, usó la expresión "víctimas cómplices". Y eso es, exactamente. Fue un momento político fundacional, en el que Pujol impone una verdad que lo convierte en un mito nacional, y un mito nacional no puede ser juzgado... Pocas veces he entendido de una manera más clara cómo se construye, literalmente, una hegemonía.

Alfons Quintà, en el centro, durante una de las primeras emisiones de TV3. Alfons Quintà, en el centro, durante una de las primeras emisiones de TV3.

Alfons Quintà, en el centro, durante una de las primeras emisiones de TV3. / D. S.

–Y sin embargo ocurrió lo que parecía durante décadas impensable: Pujol cae. ¿Cómo cree ha gestionado el oasis catalán, como durante años lo llamaban algunos cronistas políticos, semejante trauma?

–En 2014 llegó la confesión de Pujol y ahora cada vez tenemos algo más que indicios de corrupción del rey Juan Carlos. Lo digo porque ambos ejercieron funciones similares en Cataluña y en España, y la historia de este libro es catalana y es española, y si no entendemos estos vasos comunicantes difícilmente la comprenderemos. Ambos casos nos obligan a repensar cómo nos habíamos contado el proceso de despegue democrático en España. Y ojo, que no digo que todo fuera falso, sino que todo era mucho más complejo.

–¿Cómo juzga el papel de Felipe González en la gestión política del amago de grave convulsión en la estabilidad institucional del país que supuso el caso Banca Catalana?

–Creo que el Gobierno heredó un marrón, porque cuando llegan los socialistas al poder en octubre del 82 ya está en marcha la dinámica que desemboca en la querella contra Pujol. Por lo que yo he podido reconstruir, aquella situación claramente incomodaba a González, porque problemas con bancos había entonces muchos, pero querellas contra el recién elegido presidente de la Generalitat... Era una situación política muy delicada. Yo creo que, a medida que pasa el tiempo, el Estado, no sólo el Ejecutivo, entendió que había que dar una solución pragmática al problema. Hay dos momentos en el libro muy claros sobre los tentáculos del felipismo al respecto: cuando Cebrián ordena a la delegación de Barcelona que deje de informar sobre Banca Catalana, y el momento en el que cae el fiscal general del Estado [Luis Antonio Burón Barba, que oficialmente presentó la dimisión] que había validado la presentación de la querella. Lo interesante es que esa solución en teoría pragmática acaba permitiendo al pujolismo gestionar Cataluña con una impunidad que acaba siendo opaca.

–Se lo preguntaba porque desde siempre, diría, y con especial insistencia tras el 1 de octubre de 2017, muchos han culpado a los sucesivos Gobiernos del PSOE y del PP de contemporizar demasiado con Pujol, de jugar a contentar al nacionalismo, hasta que se les fue de las manos...

De aquellos polvos, estos lodos es una lógica que vale para todo, ¿no? Es uno de los múltiples factores, sin duda es uno de los hilos que traman el procés, pero diría que no es ni mucho menos el único ni tampoco el más determinante...

–¿Cuál sería ése?

–Llevo demasiados años intentando encontrar una respuesta. Dado que la diferencia constitucional entre nacionalidades y regiones no podía ser institucionalizada, eso llevó a una nivelación entre Cataluña y el resto de comunidades autónomas que no encaja en cómo la mayoría de los ciudadanos catalanes entiende el pacto constitucional. Y luego está el despegue económico de Madrid, que desalojó a Cataluña de su papel tradicional en la organización del poder español. Esas son las causas fundamentales del procés. Es un conflicto sobre la distribución del poder territorial. Y por eso la solución es tan difícil.

–Mucho se ha hablado también del papel de TV3 en el propagandismo nacionalista...

–Lo cuento en el libro, Pujol quería en un primer momento que fuera una televisión en castellano, para que sirviera de herramienta de incorporación a la catalanidad de la inmigración del resto de España. Es Quintà quien lo convence de que ha de emitir sólo en catalán. Pero la clave de todo es que era una televisión moderna, de calidad, y que ganó la batalla de la audiencia desde el primer momento. En cualquier caso, Pujol no engañaba a nadie. En 1980, cuando lee su discurso de investidura, dice: "Que nadie se engañe, yo soy un político nacionalista, que tendrá un gobierno nacionalista, para hacer políticas nacionalistas, porque Cataluña ha vivido un proceso largo de desnacionalización; si ustedes me votan, será para cumplir con ese programa". Y no sólo lo votaron entonces, sino que lo votaron durante 20 años más. Cuando la gente mayoritariamente vota nacionalismo durante 20 años, podemos acabar creyendo que la nación debe ser el Estado...

–¿Qué futuro tiene el procés?

–Yo creo que el procés terminó, y terminó derrotado, el día que preventivamente se encarcela a Jordi Sánchez y Jordi Cuixart y la respuesta de la ciudadanía, cuya movilización fue clave durante años, es salir con unas velas de noche, prácticamente a hacer una especie de funeral al movimiento. Pienso que ese día quedó en parte desactivado, aunque haya cabos sueltos problemáticos prácticamente para todos los actores que formaron parte de él.

–Y esos cabos sueltos son por ejemplo los políticos en prisión, es decir, los indultos...

–Bueno, sí, uno de ellos. La situación penal de toda esta gente es un nudo que dificulta la normalización política en Cataluña y hasta cierto punto también en el resto de España. Es una derrota de muy difícil digestión porque el prólogo a esa derrota es algo vivido como una victoria descomunal, los hechos del 1 de octubre para mí fueron una calamidad, pero fueron vividos por muchos como algo heroico, épico, y ello les impide ver que ese desafío al Estado fue desactivado con enorme rapidez. Otra cosa es qué ocurre cuando la mayoría del cuerpo electoral de un territorio apuesta de una manera sistemática por la formación de gobiernos independentistas. Se puede decir pues que se resignen porque es imposible, pero es que no se cansan, no se cansan...

–¿Qué espera de las elecciones del día 14?

–Difícilmente habrá una normalización política en Cataluña mientras no gobiernen juntos dos partidos de los bloques no diré enfrentados pero sí mayoritarios.

–El PSC con Esquerra, o sea...

–Sí, yo creo que esas son las fórmulas que permitirían superar la polarización y encarrilar la situación para que la política vuelva a ser útil, porque ha dejado de serlo en Cataluña. Pero no creo que eso vaya a pasar. Y mire, el PSC y Esquerra serían los más obvios, pero yo hablo también de partidos de bloques distintos que sean capaces de gobernar juntos, el PP y Esquerra o el PP y Junts per Catalunya, hablo de eso.

–Llevamos un año viendo cosas que jamás hubiésemos pensado que íbamos a ver, pero no sé si eso es ya esperar demasiado incluso del formidable tándem 2020-2021...

–La única fórmula real de un gobierno consorciado sería el de Esquerra con un apoyo desde fuera de los socialistas. Pero no parece que ninguno de los partidos quiera eso. Lo que veo francamente muy difícil es que a corto-medio plazo pueda plantearse un desafío institucional tan bestia como el del 17. Es duro aceptar que perdiste, pero es necesario comprender que este problema debe ser solucionado ya, no sólo porque los catalanes lo merezcan más o menos, sino porque afecta a la estabilidad de todo el Estado.

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