Goya | Crítica

Conversando con Goya

  • Con motivo del bicentenario del Museo del Prado, Acantilado recupera un delicioso ensayo en el que Ivo Andric, en clave de semblanza crítica, repasa el recorrido vital y artístico del genial pintor

El escritor Ivo Andric (Dolac, Bosnia, 1892-Belgrado, Serbia, 1975).

El escritor Ivo Andric (Dolac, Bosnia, 1892-Belgrado, Serbia, 1975). / D. S.

En 1928, bajo la España de la dictadura de Primo de Rivera, el escritor yugoslavo y futuro Premio Nobel Ivo Andric (1892-1975) se hallaba en Madrid como vicecónsul del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, aquella nueva nación de teselas mal avenidas, nacida como consecuencia de la Gran Guerra. Fue aquí, en el Madrid un tanto naíf de Primo y Alfonso XIII, donde escribió parte de su ensayo sobre Goya. Corría justo el año en el que España celebraba el centenario del gran pintor.

Años más tarde, en 1935, Andric escribirá (o transcribirá más bien) una suerte de encuentro de ficción mantenido con el artista en una tabernucha de Burdeos. Tanto la semblanza primera como este otro texto de ficción fantasma se hallan recogidos en este excepcional librito. Acantilado lo edita aprovechando el bicentenario del Museo del Prado, justo cuando se expone ahora la muestra Goya. Dibujos. Sólo la voluntad me sobra y de la que, por su parte, el dibujante Andrés Rábago (El Roto) ha hecho su propia versión como homenaje al inmortal baturro (el sello Reservoir Books ha editado a su vez otro libro para la ocasión).

Andric perfila aquí la semblanza de quien fuera un mártir sin consuelo. A su juicio, la de Goya "es ante todo la tragedia de los sentidos, y su orgulloso silencio el de quien padece en la tierra sin esperanza ni ilusión". Cuando el escritor venido de los Balcanes recorre las galerías del Prado empieza a sentir el atrapamiento, la azada interior, absolutamente conmovedora, de quien sabe que ya nunca podrá olvidar a Goya.

En su trazo sobre el pintor, Andric repasa el recorrido vital y artístico de quien fuera nombrado pintor real en 1786. Menos de una década después, el abismo le impondrá su negrura y le hará saber que no es posible argumentar nada acerca del porqué de la maldad en el mundo: todo lo que existe carece de sentido, es pura sinrazón. La vida de Goya se eleva aquí en clave de semblanza crítica. El otrora artista joven y pendenciero, excitado por el sexo, acabará aislado en la célebre quinta del sordo de Madrid, envejecido y enfermo, rodeado por sus pinturas negras.

'La última confesión de José de Calasanz' (1819) de Francisco de Goya. 'La última confesión de José de Calasanz' (1819) de Francisco de Goya.

'La última confesión de José de Calasanz' (1819) de Francisco de Goya. / D. S.

En 1824 partirá a Burdeos, con permiso del rey (Fernando VII le dejó dicho que había sido merecedor de la horca). Morirá en Francia cuatro años después. Se pregunta Andric si este abandono de España obedeció a que Goya era realmente un afrancesado, un volteriano anticlerical; el mismo que, no obstante, pintará en estos años de postrimerías el enorme paño titulado La última confesión de José de Calasanz. El artista caído en el sinsentido de la vida logra retratar a un santo en estado de éxtasis ante la gloria divina.

En la segunda parte, Conversación con Goya, Andric narra el citado encuentro de ficción con el anciano pintor en una taberna situada a las afueras de Burdeos. Al lado se ha instalado un circo ambulante. El circo, lo circense, influyó en la conciencia estética y temperamental del artista. "Para mí el circo es la forma teatral más aceptable, la cosa menos miserable en medio de esta inmensa miseria".

Más que un diálogo, lo que aquí se transcribe es el soliloquio de un hombre amargo, de un artista venido del trasmundo. Sobre si el público ha acabado juzgando su obra en clave de negrura, Goya rebate esta idea diciendo que él mismo, como otros pintores alegres y despreocupados, ha pintado escenas idílicas, populares y festivas. "Pero por cada una de las imágenes libres de pavor o desconfianza son necesarias millones de expresiones de ansiedad y furia, para apoyar y proteger la insólita y efímera belleza de las primeras".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

El aparecido habla también de la terrible soledad que rodea al retratado. Los malos pintores de retratos no saben aislar, "matar" a quienes pintan. Sólo cuando se mata al personaje cobra vida luego en el cuadro: "La soledad del retratado es mayor que la soledad del esqueleto bajo tierra". La maja vestida y desnuda, la familia de Carlos IV o el propio Borbón engolado, Fernando VII o los duques de Osuna son, a su juicio crítico, seres muertos, muertos de aislamiento, que sólo viven en la vida del cuadro.

Para Goya es inútil y erróneo buscar el sentido de los acontecimientos que nos rodean. El sentido hay que buscarlo sólo en las pocas capas que los siglos han ido depositando a través del mito y la leyenda (el pecado original, el diluvio universal, el redentor crucificado para salvar el mundo, Prometeo y el fuego robado...).

"Este mundo es el reino de las leyes materiales y de la vida final, sin sentido ni finalidad, y la muerte es el fin de todo". Goya lo dice como punto y final a su perorata de hombre, pintor y trasgo. Y todo lo que hemos escuchado lo conocemos porque un escritor, de nombre Ivo Andric, lo transcribe sobre un montón de cuartillas, usando tinta y pluma negra francesa "tan estilizada como una lengua de serpiente".

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